Historia de León

28.8.05

4.1.- Fernando I y la unión del Reino de León y el Condado de Castilla


La desafortunada muerte de Vermudo III en la batalla de Tamarón (1037) a manos del ejército de su propio cuñado, Fernando, abre la puerta del trono leonés a un infante navarro, hijo de Sancho III Garcés y de Muniadomna Sánchez de Castilla. Conde de Castilla tras la muerte de su tío García Sánchez, en él recaen los derechos al solio en virtud de su matrimonio con la infanta Doña Sancha. Como en otras ocasiones el destino se congracia con algunos personajes.

Iniciamos con Fernando I (1037-1065) un nuevo periodo histórico en León que alcanza hasta la muerte de su nieta Doña Urraca (1126) y que, tradicionalmente, se ha denominado Dinastía Navarra por cuanto esta comarca pirenáica es la patria del primer monarca de esta nueva línea real, heredera directa de la dinastía astur pero cuyos lazos de sangre con Pamplona abrirán a Europa el reino cristiano del noroeste.

Recuperación lenta de la potestas regia, nuevas ideas políticas, aires centroeuropeos, prodigioso avance de la Reconquista, prácticas hereditarias diferentes cuya culminación será el nacimiento de un nuevo reino, Portugal, marcan estos casi noventa años de la historia de León.

La victoria de Tamarón, de donde los caballeros leoneses retiraron el cadáver de su soberano, dejaba un reino sin otro sucesor que la infanta Sancha pues la joven princesa viuda, Jimena de Navarra, no tuvo descendencia superviviente de su matrimonio con Vermudo III.

La documentación de la capital confirma una noticia aportada por las crónicas que asegura que los leoneses tardaron algún tiempo en aceptar al nuevo monarca. Durante meses el conde al frente de León, Fernando Flaínez, se niega a entregar la ciudad a quien considera un usurpador si no algo peor. Por fin, en 1038, no sin antes asegurarse una sólida posición en la nueva curia regia, el magnate permite la entrada de Fernando que es coronado como el sucesor legítimo de su cuñado asistiendo a tal evento nobles llegados de Castilla y caballeros leoneses. Así lo recuerda un diploma redactado por aquellas fechas:

“Yo, el rey Fernando, entré en León y recibí la consagración al tiempo que todos los varones castellanos y leoneses reunidos aquí, como si fueran uno sólo, lo suscribieron y confirmaron”.

Durante algunos años, hasta su definitiva aceptación real por parte de la aristocracia leonesa y del área galaico-portuguesa, las actividades del nuevo monarca tuvieron que centrarse, forzosamente, en los asuntos internos y en resolver ciertos problemas planteados por la herencia de su padre Sancho III Garcés. Dado que ambos aspectos marcaron gran parte de este reinado es preciso que nos ocupemos de ellos.

No todos los hijos de Sancho III vieron con buenos ojos el reparto del territorio fruto de la voluntad de este soberano, especialmente su primogénito García, ahora rey de Navarra, quien consideraba que sus hermanos le habían arrebatado parte de su legítima herencia pues Gonzalo disfrutaba de Ribagorza, Ramiro, pese a su origen ilegítimo gobernaba en Aragón y Fernando, además de regir los destinos del condado de Castilla, acababa de extender su influencia al prestigioso reino de León, el más poderoso estado de la cristiandad hispana, de tal manera que, al hijo mayor del gran monarca pamplonés, a García de Navarra, los avatares de la fortuna relegaron a un papel secundario en la política peninsular respecto a este último hermano, Fernando.

Resulta evidente, tras una lectura detenida de las fuentes del momento, que el amor fraternal nunca fue una virtud que señalara a los hijos de Sancho III y Muniadomna de Castilla. A partir de la muerte de este soberano y, sobre todo, de la entronización de Fernando I y Sancha, las tensiones entre ambos monarcas, los de León y Navarra, alcanzan a sus otros hermanos pues, en 1045, Gonzalo de Ribagorza es asesinado y Ramiro, el hijo bastardo de Sancho III, une este territorio al suyo de Aragón. Disensiones internas en el seno de una familia rota, problemas que provocan singulares recelos, envidias que conducen a la guerra a los dos hijos mayores de Sancho Garcés en 1054, ejércitos, los de ambos, que se encuentran en Atapuerca (Burgos) donde los caballeros leoneses buscan vengar la muerte de su antiguo señor, Vermudo III. Del campo de batalla se retiroó el cadáver del monarca navarro, antiguo aliado de Fernando I en Tamarón. De esta forma nos narra este combate la crónica silense:

el rey Fernando reúne un gran ejército desde los extremos de Galicia y se dirige a vengar la afrenta. Mas antes envía embajadores a García proponiéndole que cada uno viva en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa. Pero además le advierte que no podrá hacer frente a los muchísimos guerreros de que dispone".

El rey García de Navarra rechaza resolver de forma pacífica el conflicto que le alejaba de su hermano por lo que ambos monarcas determinan encontrarse en el campo de batalla.

Anteriormente, García había establecido su real a mitad del valle de Atapuerca, pero los soldados de Fernando ocupan por la noche una colina inmediata. Estos guerreros eran cognados del rey Bermudo y están enterados de que, por deseo de la reina Sancha, Fernando quiere capturar vivo a su hermano [García]. Pero [tales caballeros] deseaban vengar la sangre de los suyos.

Es decir, en último extremo, la muerte de su antiguo señor, Vermudo III, y la de aquellos que perdieron la vida en la rota de Tamarón.

Tan pronto como emerge Titán [el sol] al siguiente día, entre las ondas celestes avanzan las formaciones ordenadas [de soldados] de ambos beligerantes, acompañados de fuertes clamores. Se disparan a distancia las flechas, y en el choque se esgrimen los mortíferos aceros, y el conjunto de fuertes guerreros que he citado carga desde los altos desenfrenado y, abriéndose paso con todo ímpetu a través del enemigo, van a converger todos ellos sobre el rey García, que cae inerte al suelo desde su caballo atravesado por las crispadas lanzas. A su lado también dos de sus mejores caballeros. Los moros que habían sido llevados al combate tratan de huir, pero en su mayor parte son cautivados.

A los restos mortales del rey García se les da sepultura en la iglesia de Santa María de Nájera que él devotamente había construido”.

De este encuentro, que deja el reino de Navarra en manos de un niño, Sancho IV Garcés el de Peñalén, Fernando I debió extraer una estremecedora lección: si sus propios hombres buscaron la muerte de su hermano García, a riesgo a un tiempo de contravenir sus ordenes de capturarle salvo y de arriesgar sus vidas, tal vez uno de los pilares de su trono no fuera tan firme como suponía tras 16 años de gobierno.

Los problemas familiares enturbiaron también los años finales de nuestro soberano pues, en 1063, se enfrenta a Ramiro de Aragón, su hermano bastardo, defendiendo los derechos del rey taifa de Zaragoza, su vasallo. Como respuesta al ataque de Ramiro a la fortaleza de Graus, Fernando I envía tropas a su tributario al-Muqtadir, fatídico encuentro para el aragonés a quien la muerte se lleva recayendo la sucesión en su hijo Sancho Ramírez.

Tan sólo la desaparición del panorama político peninsular de sus hermanos permitió apenas si un breve periodo de paz familiar en la casa del monarca leonés.

Si entre sus parientes los conflictos se sucedieron, tampoco consiguió Fernando I acallar por completo el odio de algunos magnates leoneses a su persona y, así, mientras en las tierras Cea-Pisuerga los poderosos condados Banu Gómez recaían de nuevo en miembros de esta estirpe partidarios del soberano, la política de desvinculación territorial seguida en el resto del espacio leonés por el príncipe contribuyó a aumentar el número de los descontentos entre las filas de los magnates cuya respuesta, como en tantas otras ocasiones anteriores, es la rebelión. Revuelta que estalla en Galicia encabezada por el tenente de la mandación de Monterroso, el conde Munio Rodríguez, apoyado por el linaje materno, y que es sofocada con prontitud pero que comparte marco cronológico con otro alzamiento nobiliario en esta oportunidad protagonizado por una estirpe leonesa: los Flaínez. En ambos casos Fernando I, apagada la llama de las rebeliones, confisca buena parte de los bienes de quienes se atreven a desafiarle, repartiendo cierta cuantía de ellos, en el caso del patrimonio monástico de los Flaínez, entre sus hijas Elvira y Urraca. Sin duda el nuevo rey ya no era el débil representante de una más que discutible autoridad sino el firme garante de la estabilidad de su estado.

Por lo que atañe a su línea de actuación respecto a los musulmanes, el desmembramiento definitivo del otrora poderoso califato de Córdoba en reinos taifas (1035) alteró la geopolítica de los andalusíes y sus relaciones con los vecinos cristianos, especialmente con León, cuya primera directriz intervencionista se plasma en 1043 cuando Yahya b. Di-n-Nun al-Mamun de Toledo solicita el auxilio del príncipe cristiano del noroeste frente al emir de Zaragoza. Esta ayuda proporciona a Fernando I una fuente extra de ingresos para la hacienda real: el pago de las parias –tributos anuales- por parte de su aliado ismaelita. A partir de estos años, el arbitrio en los asuntos internos de los musulmanes se convierte en la tónica habitual de los estados cristianos.

En 1055, con la aprobación de los miembros de su palatium, Fernando I cruza la frontera con la taifa de Badajoz y asedia la ciudad de Seia emprendiendo una serie de campañas en territorio portugués que culminan con la toma de Lamego (1057) y Viseo (1058) donde treinta años antes encontrara la muerte su suegro Alfonso V (999-1028).

En 1060 le toca el turno a la taifa de Zaragoza, conquistando los lugares y fortalezas de Gormaz, Berlanga y Aguilera, sometiendo a vasallaje al emir al-Muqtadir, y en 1062 a Toledo cuando su monarca, al-Mamún, se negó a pagarle el tributo prometido. En 1063, apenas si un año después, sus campañas intimidatorias le aseguran las parias de Sevilla, Badajoz, Toledo y Zaragoza, los cuatro reinos más importantes de Hispania, que para evitar los ataques cristianos buscan la protección de Fernando I, su mayor enemigo, de quien se reconocerán vasallos y al que se comprometen a enviar unas cantidades pactadas que garantizaban su inmunidad: las parias, como recoge Antonio Viñayo (1996).

Estas excepcionales relaciones con el Islam español permiten al monarca leonés reclamar el cuerpo de Santa Justa al soberano de Sevilla al-Mutadid. Los embajadores de Fernando I los obispos Alvito de León, que encuentra la muerte en esta empresa, y Ordoño de Astorga junto con el conde Munio Muñoz y un nutrido grupo de caballeros que regresaron con los restos de San Isidoro pues, en una visión que tuvo el prelado de León, el propio santo se le apareció para informarle que la voluntad divina no era otra sino que su cuerpo fuera venerado en nuestras tierras y no el de Santa Justa. Siete días después, confirmando la verdad de su visión, el obispo fallecía tal y como le predijera el santo hispalense.

León recibe los restos con gran pompa y boato y la iglesia de San Juan Bautista, donde los reyes habían decidido reposar a su muerte, acoge las reliquias y cambia, en honor del sabio prelado, su advocación por la de San Isidoro a finales de diciembre de 1063. Por las mismas fechas, en una reunión del concilium palatino, Fernando I comunica a los magnates y hombres de Iglesia su voluntad de repartir sus estados siguiendo la costumbre de la monarquía navarra. Así, Sancho, el primogénito, recibirá a Castilla y las parias de Zaragoza, Alfonso León y los tributos de la taifa toledana mientras que para el menor de los varones, García, quedaba reservada Galicia y las parias de Badajoz y Sevilla. Por su parte ambas hijas, Urraca y Elvira, heredarían el infantado.
Oficializada la división, Fernando emprendió sus últimas campañas contra la ciudad de Coimbra en Portugal (1064), tomada tras un largo asedio y cuya conquista permite avanzar las fronteras leonesas hasta el río Mondego, y, en 1065, contra la taifa de Zaragoza que, de nuevo, se negaba a pagar la cantidad establecida en concepto de paria. En esta ocasión sus empresas bélicas, de castigo, le llevan hasta los muros de Valencia (1065) que alcanzó a sitiar pero cuyo real tuvo que abandonar atenazado por la grave enfermedad que le llevará a la muerte el 27 de diciembre de 1065.

4.- La Dinastía vascona del Reino de León (1037-1230).

El hijo de Sancho III el Mayor, Fernando, hereda el título de conde de Castilla y se enfrenta al rey de León, Bermudo III, por la disputa de Tierra de Campos. Bermudo III muere en la batalla de Tamarón, y Fernando se convierte en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de aquél. Comienza con Fernando I el periodo navarro del Reino de León. De acuerdo al derecho sucesorio navarro, su primogénito Sancho hereda Castilla, surgiendo así este reino, mientras que Alfonso hereda León, y García Galicia. Sancho se hace con el gobierno de los tres reinos siendo sucedido, a su muerte en el cerco de Zamora, por Alfonso VI. Éste conquista Toledo y su reino en 1085 y se hace titular Emperador de España. Antes de morir, planifica el enlace de su hija Urraca con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Sin embargo, esta alianza leonesa-aragonesa no fragua y se convierte en enfrentamiento. El concepto imperial de España alcanzaría su esplendor con Alfonso VII, Rey de León y Emperador de España, al que rinden vasallaje los reinos de Aragón, Navarra, Portugal, Zaragoza y los condados de Cataluña, Tolosa, Urgel y Gascuña. El reino de Portugal mantiene su vasallaje a Alfonso VII hasta la muerte de éste, pero pronto alcanzará la independencia. La idea imperial leonesa también desaparece con el Emperador. Sancho, el primogénito, recibe los reinos de Toledo y Castilla, mientras que Fernando recibe los de León y Galicia. En esta herencia también son modificados los límites entre los reinos de León y Castilla, desplazándose a occidente e incorporando Tierra de Campos a este último. Este territorio se convertirá en motivo de conflicto permanente entre ambos reinos. El hijo de Fernando II, Alfonso IX, será el último rey privativo de León. Durante su reinado se consagró con toda solemnidad la iglesia de Santiago Apóstol en Compostela, cuya obra fue dirigida por el maestro Mateo. Se inician también las obras de la catedral de León, sobre la iglesia de Santa María y se crea la Universidad de Salamanca, creada para que los leoneses no tuvieran que salir a estudiar fuera de su reino. Aproximadamente en 1188 se celebró en la iglesia de San Isidoro de León una curia extraordinaria en la que, además de asistir la nobleza y el clero, asistieron representantes elegidos por los municipios, por lo que se consideran as primeras cortes representativas europeas y posible embrión de las cortes democráticas. A su muerte entrega el reino a sus hijas Sancha y Dulce, que lo ceden, a cambio de una importantísima compensación económica, a su hermano Fernando, rey de Castilla.

7.8.05

3.7.- Vermudo III: El Nacimiento del Reino de Castilla

Muerte inesperada, fruto de una temeraria imprudencia, desencadena una nueva minoría real pues su heredero, Vermudo III, todavía es un niño de corta edad. Se inicia un turbulento periodo marcado por las injerencias navarras en la política leonesa, por la usurpación de la dignidad imperial privativa de los monarcas de la dinastía asturleonesa que, con el sucesor de Alfonso V, llega a su fin.

Las actividades expansionistas de Sancho III de Navarrra, en virtud de su matrimonio conde de Castilla y con pretensiones sobre las tierras Cea-Pisuerga (estados Beni Gómez), llevarán al soberano de Pamplona a las puertas de la capital del reino y, pocos años antes de su muerte (1035), a pactar el enlace de su segundogénito, el infante Fernando, con la única hermana del monarca leonés: Doña Sancha. Condes de Castilla, los príncipes se instalan en su territorio y reclaman a Vermudo III que, en cumplimiento de las capitulaciones matrimoniales, las tierras al este del río Cea pasen a poder de la infanta leonesa en concepto de dote. Petición abusiva pero encubierta por un velo de legalidad ésta que pretendía la división en dos mitades fácticas del reino de León, diferencias que llevaron a los dos cuñados a un enfrentamiento militar que se resolvió en Tamarón (Palencia) en 1037, combate en el que, al igual que aconteciera con su progenitor, una imprudencia condujo a Vermudo III a la muerte pues Fernando de Navarra, conde de Castilla, con la ayuda de su hermano el ahora rey de Pamplona, se enfrentó a la hueste leonesa según recoge en su edición de las crónicas asturleonesas Jesús E. Casariego (1985):
“pero la muerte, lanza en ristre, que es criminal e inevitable para los mortales, se apodera de él (Vermudo) y le hace caer de la carrera de su caballo; siete caballeros enemigos acaban con él. García (rey de Navarra) y Fernando presionan sobre ellos (los leoneses). Su cuerpo es llevado al panteón de los reyes de León. Después, muerto Bermudo, Fernando asedia a León y todo el reino queda en su poder”.

La falta de sucesión del último monarca de la dinastía asturleonesa supuso, curiosamente, la coronación de su vencedor en Tamarón: Fernando, nacido príncipe de Navarra, convertido en conde de Castilla, pretendiente a las tierras Cea-Pisuerga en virtud de su matrimonio con la infanta Sancha, heredero, gracias a los derechos inherentes a su esposa, del trono de León.
En 1037 se completa un ciclo, el asturleonés, pletórico de rebeliones, luchas por el poder, querellas internas desgarradoras, momentos de gloria fugaz y de predominio sobre los demás estados del norte cristiano. Culmina una época, se cierra un periodo, y se inicia otro que situará el nombre de León entre los principales reinos de la Europa occidental.

3.6.- Alfonso V: Las Relaciones con Al-Andalus

Con la muerte de Vermudo II se cierra un amargo capítulo de luchas e intrigas, de guerra civil entre los descendientes de Ramiro II. Ese año, definitivamente, los Beni Gómez vuelven a la obediencia real, aunque por breve tiempo, si bien forman parte de la alianza cristiana que, en Cervera, está a punto de costarle una afrentosa derrota al hayib de Córdoba pero que concluye con su inesperada victoria (1000).

Tan sólo la desaparición de Almanzor (1002) devuelve lentamente la paz a León sacudido, a lo largo de la segunda mitad del siglo X, por conjuras, revueltas, bandos y partidos nobiliarios que únicamente buscan sus propios intereses personales y, para ello, se sirven de la monarquía, episodios todos ellos que ponen de manifiesto la gran inestabilidad del sistema, la extraordinaria fragmentación del poder público, la escasa autoridad del monarca reinante, la permanente injerencia de Córdoba en los asuntos internos del territorio cristiano. Una dinámica difícil de detener y a la que hará frente, con singular eficacia, Alfonso V, un rey-niño que bajo la regencia de su madre, la castellana Elvira García, y de su ayo, el conde gallego Menendo González, trata de superar la herida abierta en León por las luchas nobiliarias y lo ataques amiríes.

Fruto de las dificultades internas será la lucha por hacerse con la tutela del príncipe que motivará un arbitraje del heredero de Almanzor, Abd al-Malik, y que constituirá el inicio de una serie de confrontaciones abiertas con el conde de Castilla, tío del monarca estudiadas por José María Fernández del Pozo (1984).
Durante esos primeros momentos de gobierno del soberano, el hasta entonces todopoderoso califato de Córdoba comienza a tambalearse. La muerte de Abd al-Malik en circunstancias sospechosas para su juventud, la sucesión en el waliato de su hermano Abd al-Rahman Sanchuelo y la división interna entre las distintas facciones omeyas conducirán a la guerra civil en al-Andalus, momento de debilidad en el que, por vez primera, será el reino leonés el fiel de la balanza política.
En 1008 parte de los estados Beni Gómez un poderoso contingente militar que apoya la causa de Sanchuelo por cuyas venas no sólo corre la sangre amirí sino, también, la real navarra lo que le convierte en cercano pariente de Alfonso V y de los principales señores cristianos del norte (vid. esquema genealógico) que quizás fruto de un golpe de estado se alzaron con el gobierno de facto en León en 1005: la estirpe condal de Saldaña.
El asesinato del hijo de Almanzor y de Sancho Gómez y la desesperada petición de ayuda por parte de uno de los dos bandos musulmanes en lucha llevará al jefe del linaje Beni Gómez, García Gómez, a encabezar una columna de apoyo que, desde Medinaceli, atacará los arrabales de Córdoba, encuentro del que nos conservan las crónicas una viva descripción recogida por Felipe Maillo (1992):
“Cayeron unos sobre otros y la gente toda fue derrotada. Wadih huyó al punto hacia la frontera sin hacer alto para nada. Descargaron los beréberes las espadas sobre los cordobeses y mataron una gran multitud de ellos. Se ahogaron muchos de ellos en el río y perecieron todos, al caer unos sobre otros. Entraron los beréberes en los arrabales de Córdoba y pernoctó la gente sobre las terrazas de sus casas con miedo y terror”.

El partido que contaba con el apoyo leonés consiguió controlar la situación en la capital del califato. Sin embargo el prestigio atesorado durante generaciones por los musulmanes españoles sufrió un duro golpe ante esta intromisión cristiana. Este nuevo cambio de actitud de los hombres del norte frente a la comunidad andalusí hasta entonces hegemónica en la península queda reflejada en las duras palabras que les dirige el conde de Saldaña, García Gómez, a los ismaelitas tras su victoria, siempre según la misma fuente citada:

“Creíamos que la religión, la valentía y la equidad eran (patrimonio) de los cordobeses, pero he aquí que les cupo lo que les cupo, de triunfo y victoria, por mérito de sus reyes. Pero, cuando (éstos) desaparecieron, se descubrió su (verdadera) condición”.

Las intromisiones cristianas en la crisis abierta en el Califato continuaron hasta la muerte de los condes de Castilla y Saldaña, sin duda los principales magnates del reino de León, cuya presencia documental se atestigua hasta 1017. La muerte de ambos permitió al joven Alfonso V, que contaba con el apoyo de algunos de los más significativos linajes leoneses y gallegos, establecer las nuevas bases jurídicas del estado.

Durante el reinado de Alfonso V se producen nuevos ataques normandos a las tierras leonesas, el último de ellos en 1015-1016, se adentra por el cauce del Duero. Durante nueve meses las espadas de los hombres del norte marcan con sangre su camino de muerte, esclavitud y destrucción hasta que, definitivamente, son expulsados por el rey.
La desaparición de los revoltosos condes de Sancho de Castilla y García de Saldaña supuso, además, el relevo en el primero de estos territorios de un magnate forjado en el turbulento entramado cortesano por un muchacho de corta edad, García Sánchez, cuya hermana, Muniadomna compartirá el trono de Navarra con Sancho III Garcés. Por lo que respecta a las tierras entre el Cea y el Pisuerga, los estados Beni Gómez, en definitiva, la falta de descendencia masculina legítima del señor de Saldaña y Santa María de Carrión llevó a una sucesión lateral: su hermano Munio Gómez. En la década de los años veinte del s. XI este conde Beni Gómez fallece en fecha similar a la que, según las fuentes, es asesinado en León el llamado infante García de Castilla cuya muerte parece más un fruto de una elaborada línea política navarra –donde reina su cuñado Sancho III- que busca la expansión a costa del condado oriental leonés y de las tierras Cea-Pisuerga ambas vinculadas a la estirpe de la mujer del señor de Pamplona (véase esquema genealógico).
Ese año, 1017, se promulga el Fuero de León (*véase el capítulo dedicado a las instituciones) que sanciona el así llamado feudalismo leonés por José María Mínguez (1991).
Contando con este instrumento de control legislativo el monarca trata de recuperar la perdida potestas regia tan dañada durante la segunda mitad del siglo X cuando las banderías nobiliarias desgarraron el estado.
Una marcada tendencia anticastellana junto a su política de control nobiliario sancionarán los años finales de Alfonso V, que encuentra su fin en el cerco de Viseo (1028), noticia recogida en las crónicas cristianas de esta manera:
“hacía mucho calor y él (Alfonso) estuvo reccoriendo a caballo frente a las murallas, vestido sólo con una camisa de lino, por lo cual pudo ser herido por un hábil arquero enemigo (que disparó) desde una torre, de cuya herida murió. Dejó por hijos a Bermudo y a Sancha, que era doncella. Creemos que su espíritu haya ido a Dios”.

3.5.- Expansión y Declive: de Ramiro II a las Revueltas Nobiliarias de Bermudo II

Tras este breve y poco destacado periodo de gobierno de Fruela y los dos Alfonso, con Ramiro II el Grande (931/932-951) nos adentramos en uno de los momentos más brillantes de la historia del reino de León.

Enlazado familiarmente con las grandes dinastías condales gallegas, forjado como estratega en la frontera portuguesa, será precisamente en esta comarca donde contaba con excelentes apoyos, en la que se forje una imagen legendaria del príncipe como infatigable guerrero y excepcional caudillo, cualidades éstas que le llevarán a considerar como tarea urgente la necesidad de fortalecer la franja castellana a la que sucesivos ataques de Abd al-Rahman al-Nasir fustigarán sin piedad y una de cuyas razzias alcanza San Esteban de Gormaz donde la habilidad del soberano y su ejército consiguen desbaratar la hueste andalusí, victoria que no impide que, en el 934, los ismaelitas reemprendan sus campañas, de nuevo, por la frontera oriental leonesa acometiendo la plazas de Osma y Burgos, el condado de Alava, Pamplona incluso, sin olvidar en su particular cuenta el entonces principal monasterio de la órbita territorial castellana: Cardeña.

De nuevo atenderá la llamada de su conde Fernando González y, otra vez, su empresa es coronado por la diosa de la victoria al recibir la sumisión del emir de Zaragoza, humillación que enfureció de tal manera al califa de Córdoba que llamó a la guerra santa a todos los combatientes por la fe en una guerra que los cálamos andalusíes denominaron no sin cierto orgullo la Gazat al-Kudra, campaña del supremo poder, que cristalizó en las inesperadas derrotas musulmanas de Simancas y Alhandega (939), efímeros aunque no por ello menos representativos hitos en el avance y consolidación de la frontera cristiana pues facilitaron la repoblación de salamanca, Ledesma, Ribera, Baños, Abandega, Peña y otras plazas señeras del valle del Tormes.

Los años inmediatos trajeron consigo la paz en forma de una tregua (941) a la que quedaron vinculados los Beni Gómez, el conde Fernando González y los Ansúrez, entre otras grandes estirpes condales leonesas. Tal vez esta pausa no deseada de las lucrativas empresas bélicas de estos señores de frontera, o, quizás, alguna otra causa oculta, llevó a Diego Muñoz, conde Saldaña, cabeza de la Casa Beni Gómez y principal autoridad en el territorio definido por los ríos Carrión-Pisuerga, y a Fernando González, conde de Castilla, a desafiar el poder real pues, según las crónicas, recogidas por Jesús E. Casariego (1985):

“gobernaron ilegalmente en contra del rey y señor Ramiro e incluso llegaron a urdir una guerra (rebelión contra él). Pero el rey, fuerte y prudente, los arrestó, a uno en León y a otro en Gordón, y los encarceló encadenados” mas ”pasado un tiempo y bajo juramento dado al rey, salieron de la cárcel”.

No dejó, empero, sin castigo a los rebeldes pues durante una temporada aparecerá el señor de Monzón, un Ansúrez, sustituyendo al rebelde conde Fernando en Castilla. Después del matrimonio pactado entre la hija de Fernando González, Urraca, y el heredero de Ramiro II, Ordoño, el castellano recupera sus mandaciones aunque, retomando el modelo de gobierno delegado en un miembro de la Casa Real, Ramiro envía a su segundogénito, Sancho, a Burgos, sin duda para afianzar la tambaleante lealtad del magnate y romper sus posibles negociaciones con la vecina navarra a la que este noble se encontraba vinculado por matrimonio pues, no en vano, el infante Sancho aparece a los ojos del monarca como el más apropiado mediador pues es hijo de de una princesa de Pamplona. Para completar la red de alianzas otra hija del conde castellano desposará al primogénito de Diego Muñoz de Saldaña. Así quedaban entrelazadas por cercanos lazos de parentesco con el trono las casas nobiliarias más poderosas del reino de León, evitándose, al menos en potencia, los conflictos de estas dos estirpes tan pujantes como ambiciosas. El sucesor, Ordoño Ramírez –futuro Ordoño III- a través de su madre, Adosinda Gutiérrez, entronca con las más linajudas casas condales gallegas cuya lealtad quedaba de esta manera relativamente garantizada y, merced al matrimonio con la hija de Fernando González, también la solidaridad de los señores de la frontera oriental de León. De este enlace se puede deducir la necesidad imperiante de la monarquía de buscar en el seno de la primera nobleza, los apoyos imprescindibles para asegurar el trono y conservarlo para sus sucesores. Comienza una etapa de pérdida progresiva de la potestas regis y una creciente tendencia, entre las filas de la aristocracia condal, a considerar al monarca como un primus inter pares, el primero si, pero entre sus iguales, tensa relación que estalla a partir de la coronación de Ordoño III (951-956) quien, desde el mismo instante de su unción, sufre el acoso de su hermanastro Sancho Ramírez, aliado de circunstancias de Fernando González, enturbiando un reinado que, si nos basamos para nuestra caracterización en la victoriosa y rentable para León campaña de Lisboa (955), parecía destinado a ser recompensado con notables éxitos. Esta necesaria atención hacia los asuntos castellanos, forzada por la altanera actitud del infante y su aliado ofrece a las grandes casas gallegas, alejadas de los problemas políticos en los que se verá inmerso el joven monarca en la parte oriental del reino, la posibilidad de crear el entramado de alianzas y fidelidades que permitirá al conde Jimeno Díaz, primo del propio soberano, alzarse en rebeldía con el apoyo de los miembros más destacados de su clientela familiar obligando a Ordoño III a dominar por las armas la revuelta (955) y devolver la paz a la hasta entonces tranquila pars occidentalis de León, tal vez invocando para ello los lazos de sangre que le unían a las estirpes magnaticias galaicas. De regreso a la capital la noticia alarmante de un nuevo ataque por la comarca de San Esteban de Gormaz y la angustiosa petición de ayuda del conde castellano a su señor motiva al soberano a una rápida movilización de su ejército que consigue una victoria tan rotunda que reafirma por si sola la situación de dependencia real de Fernando González respecto al monarca leones, como en otras ocasiones hemos manifestado (1996).

Su fallecimiento inesperado, en el 956, mientras preparaba en Zamora una nueva empresa militar, abre una auténtica crisis sucesoria pues, al morir, deja como único heredero a un niño de corta edad, el infante Vermudo Ordóñez, apartado de la sucesión por Sancho Ramírez, ahora Sancho I (956-958, 959-966), iniciándose un largo periodo de espera para el príncipe que se educará en tierras gallegas al amparo del obispo de Compostela y de su propia familia hasta que, 26 años después, en el 982, surja la posibilidad de recuperar el trono de sus mayores.

Sancho I el Craso, hijo del segundo matrimonio de Ramiro II el Grande –vid árbol genealógico de los reyes de León-, aparece descrito en las crónicas musulmanas como hombre vano, orgulloso, belicoso, a pesar de la confianza que su padre depositara en él tras la crisis del 944 cuando recibe el gobierno delegado de Castilla junto a Fernando González quien, a partir de ese instante, despliega toda su capacidad política para convertir al joven infante en una marioneta en sus ambiciosas manos. Desde su coronación en Compostela se inician unos años de auténtico caos en los que el reino de León sufrirá las consecuencias de la cada vez más poderosa nobleza, buena parte de la cual, encabezada por el conde de Castilla y su nuevo títere real, Ordoño IV, se opone a la autoridad del legítimo monarca que se ve obligado a refugiarse en Navarra junto a su familia materna que, haciendo valer sus lazos cercanos de sangre con el propio califa de Córdoba –véase el esquema genealógico “relaciones entre las dinastías reales cristianas y la dinastía Omeya”- de quien consiguen su decidido apoyo mientras, día a día, aumenta el número de los partidarios de Sancho a la par que decrece el de los de su oponente.

La filiación del nuevo soberano, Ordoño IV (958-959), ha sido objeto de múltiples debates pues para unos es hijo de Alfonso Fróilaz, nieto por tanto de Fruela II, mientras que para la mayoría y ésta es la hipótesis actualmente aceptada, nació de Alfonso IV el Monje pues, en fechas tan representativas como el 936 el mismo se califica en varios escatocolos documentales de “prolis domni Adefonsi regis”, hijo del rey Alfonso, en un momento en el que aún se mantiene vivo el recuerdo del monarca monje, circunstancia que nos lleva a considerar como probable que el joven príncipe se educara al lado de su tío Ramiro II. Pero, aunque su regia estirpe parecía destinarle a brillar en la corte, lo cierto es que sin el interesado apoyo de Fernando González jamás hubiera abandonado el discreto lugar que ocupaba en la curia. El castellano, desencantado probablemente con el matrimonio entre Sancho I y Teresa Ansúrez de Monzón –vástago de su antiguo sucesor en el condado tras la revuelta del 944-, desposó al infante Ordoño con su hija la reina Urraca, antigua mujer de Ordoño III, legitimando de esta manera un poco más si cabe sus derechos a la corona al relacionarle con el predecesor de Sancho en el solio a través de su viuda.

El inesperado retorno de Sancho I, con el abierto apoyo andalusí y navarro, fuerza a abandonar la capital para refugiarse en Asturias a Ordoño IV quien, más tarde, escapa a Castilla en busca de la esperada protección de la familia de su mujer y donde se conserva la ficción de su reinado hasta el año 961. Las últimas noticias del príncipe le sitúan en Córdoba a donde acudió en busca de asilo y donde se pierde la memoria de Ordoño IV llamado por los cristianos el Malo, apodado por los musulmanes al-Jabit, en dialecto bereber el Traidor, cuyo nombre ha sido preservado, por un curioso azar del destino, en una de las joyas bibliográficas leonesas: la Biblia Mozárabe de San Isidoro.

Entramos, así, en una nueva fase del reinado de Sancho I radicalmente distinta de la anterior pues, afianzado en el trono con apoyos foráneos sólidos, esta circunstancia le permite plantear un serio intento de recuperación del poder real que le conducirá a notables enfrentamientos con la aristocracia gallega, cada vez más apartada del linaje real –recordemos que Sancho es hijo de una navarra y esposo de una dama de Monzón-, gestándose, en estos años, un nuevo desafío a la corona cuya pretensión no era otra que la búsqueda de la primacía en las tierras del noroeste por parte de los dos principales linajes condales. Este enfrentamiento, al que Sancho intentará poner fin, culmina con el envenenamiento del soberano a manos del dux Gonzalo Muñoz, conde de Astorga, reabriendo la cuestión sucesoria que tan sólo la fuerte mano de la única hija superviviente de Ramiro II, la infanta-monja Elvira Ramírez, contribuye a cerrar pues garantiza con su figura los derechos al trono de Ramiro III, hijo del difunto Sancho, que es tutelado por la princesa y su madre. Es decir, apuntalan el trono la legitimidad dinástica que representa Elvira y el poder de los Ansúrez de Monzón (Margarita Torre (1996)).

Cuatro grandes acontecimientos marcarán el reinado de Ramiro III (966-985): los años de regencia de su tía la infanta Elvira Ramírez, los ataques normandos a Galicia, las campañas de Muhammad ibn Abu Amir Almanzor contra León y, finalmente, la guerra civil que le enfrentará a su primo Vermudo Ordóñez, candidato de la aristocracia galaico-portuguesa, que será coronado en Compostela el 982.

A lo largo de la minoría real, la mano firme y decidida de Elvira Ramírez consigue preservar la autoridad de su sobrino Ramiro oponiéndose, incluso, a la levantisca nobleza condal cuya lealtad consigue mantener aunque no evita que los principales magnates de León envíen de forma totalmente independiente de la corona sus propias embajadas a Córdoba como la de Gonzalo Muñoz, el regicida conde de Astorga, que advierte al califa de la llegada a Galicia de los normandos que habían saqueado a su placer las tierras entre el mar y el Cebrero, donde son detenidos por el conde Guillermo Sánchez, caballero de origen pirenáico aunque al servicio del monarca leonés que pasará a la leyenda con el nombre de Guillén. Rechazados, prosiguen sus campañas desde Oporto remontando el Duero hasta convertir la Tierra de Campos en objeto de sus rapiñas. Allí muere defendiendo las tierras de su rey el conde Fernando González (971) tal y como nos lo indican los Anales Complutenses.

Pero si el emisario del magnate asturicense advierte de la amenaza vikinga, otras embajadas cristiananas enviadas por los condes de Monzón, Castilla o Saldaña, sin olvidar las de los magnates gallego como Rodrigo Velázquez, o las de Fernando Flaínez, presentan sus respetos en la corte califal entre el 971-973 según estudiara Emilio García Gómez (1967). Tampoco la corona es ajena a este cambio de impresiones con al-Andalus aunque no por ello debemos obviar el papel preponderante de la aristocracia capaz de establecer todo un tupido tejido de relaciones paralelas a la monarquía de la que dependen.

Un error de cálculo debido a una no muy bien calibrada acción militar provoca un nuevo estallido bélico en la frontera leonesa de Castilla donde García, hijo de Fernando Gónzález, conde como el por deseo de Ramiro III de Castilla, ataca la fortaleza de Deza para, a continuación, con el apoyo de su señor, el joven rey de León, y la colaboración en la hueste real de sus vecinos condes de Saldaña, los Beni Gómez, y Monzón, los Ansúrez, auxiliados por el soberano navarro, asediar el castillo de San Esteban de Gormaz (975) acaudillados por la infanta regente y el monarca-niño. La habilidad de las tropas califales desbarató la empresa que pasó como una de las más estrepitosas derrotas cristianas y cuyas consecuencias inmediatas se centraron en los saqueos musulmanes por el sector castellano del limes leonés iniciados por el generalísimo Galib y más adelante continuados por su yerno Muhammad ibn Abu Amir, una excepcional figura de la historia hispana que se abre paso en la política cordobesa con especial fuerza y notable fortuna, un genial estadista cuyo nombre se convirtió en sinónimo del mismo diablo para los leoneses: Almanzor.

Sampiro, el cronista obispo asturicense, recoge los acontecimientos que se inician en el instante en que Ramiro III, firmemente asentado en el trono con el apoyo de Ansúrez y Beni Gómez, toma las riendas del poder recordando que, una de sus primeras acciones como monarca en ejercicio fue provocar con altanería y soberbia a la nobleza gallega. Bajo este comentario probablemente se esconde una realidad humana bien distinta pues, tal y como ya comentamos, su progenitor Sancho I encontró la muerte a manos de un magnate gallego y será en Galicia donde surja y se propague la llama de la rebelión que impulsará hasta el estrado real al infante Vermudo Ordóñez, aquel hijo olvidado de Ordoño III –vease árbol genealógico de los Reyes de León- que se educaba en las tierras al oeste del Cebrero y a quien convierten los nobles de la región en adalid de su causa frente al presumiblemente centralista Ramiro III. Tal vez sea más adecuado considerarlo el hábil manipulador de una de las dos grandes estirpes que luchaban entre si por hacerse con el control en la parte occidental del reino: los Menéndez, que se convierten en los principales mantenedores de la causa de Vermudo II, y los partidarios del dux Rodrigo Velázquez que, en respuesta a esta actitud de sus enemigos que culmina con la coronación en Compostela del infante en el 982, formarán entre las filas de los más firmes apoyos del joven Ramiro III. Ese año, 982, se data la guerra civil que desgarra León en dos mitades: Galicia y Portugal con Vermudo, León, Asturias y la frontera oriental del reino, a favor de Ramiro. Sin embargo la victoria de Almanzor en Simancas, precisamente una ruptura del limes castellano, merma el partido de los fieles del monarca legítimo y aumenta notablemente el de su antagonista nieto, al fin, de Fernando González.

Poco después en Portilla de Arenas ambos ejércitos leoneses se enfrentan con resultado incierto aunque la capital comienza, a partir de entonces, a reconocer a Vermudo como soberano mientras Ramiro ha de buscar refugio en Astorga donde fallece en el 985 de muerte supuestamente natural aunque no deje de sorprendernos su temprana desaparición en un momento tan significativo de la crisis dinástica. Su cadáver fue trasladado al monasterio de Destriana mientras Ansúrez y Beni Gómez, ligados por sangre al difunto monarca, se convierten en los últimos apoyos de su causa y, momentáneamente de su hijo, Ordoño Ramírez, que jamás heredará el cetro paterno. A partir del 985 ambas estirpes primero y, finalmente los Beni Gómez en solitario, fustigarán constantemente al usurpador Vermudo II ayudando, en la medida de sus posibilidades al mismo Almanzor pues, al fin, cualquier instrumento es válido para conseguir unos objetivos o eso al menos estimaron estos condes, bastión firme y nostálgico de los últimos ramirenses tal y como hemos demostrado con anterioridad (1996).

La debilidad del nuevo monarca, Vermudo II (982/985-999), que debe el trono a la ambición de la nobleza gallega, a un inesperado golpe de fortuna, la muerte de Ramiro III, y al apoyo del tornadizo Almanzor, convierte los años de su gobierno en el objetivo predilecto de los ataque cordobeses que encuentran paso franco, si las circunstancias así lo requieren, por las tierras de los Beni Gómez, es decir, el espacio leonés comprendido entre el Cea y el Pisuerga.

Los diplomas recogen diversas revueltas nobiliarias en las que tomaron parte directa o indirecta los miembros de esta poderosa estirpe condal, postrero baluarte del legitimismo dinástico. La primera de ellas fustiga, en el 985, las tierras del obispo de León, partidario del usurpador Vermudo, la segunda, en el 986, concluye con la toma de la capital por parte de Almanzor y el conde García Gómez de Saldaña, repitiéndose, a partir de ahora, un peligroso binomio: rebelión-razzia musulmana que contribuye a clarificar el desolador panorama político leonés en los albores del año 1000 según recogimos en la reconstrucción prosopográfica de este importante conde leonés (1995).

Entre el 989-990, aprovechando una ausencia del monarca, que acude a Galcia, un hombre del conde saldañés, Conancio Ibn Zaleme, difunde por la capital el rumor infundado de la muerte del rey, inmediatamente García Gómez entra en León y, aunque no se atreva a utilizar la intitulación del príncipe, comienza a usar una fórmula que recuerda la legitimidad del soberano: año del imperio de nuestro señor el conde García Gómez, de la misma manera que, en sus tierras, se redactan ciertos diplomas en los que se le califica a la manera romana de procónsul y de dux eminentior.

Vuelto León a control de Vermudo, dominio a menudo más teórico y nominal que efectivo, tan sólo tenemos constancia durante los turbulentos años que se seguirán de que las tierras al oeste del Esla –entre las que no siempre se encuentra la capital- acatan su autoridad. Será en estos territorios donde se centren las campañas andalusíes, además de en la frontera oriental del reino, es decir, en Castilla, cuyo conde, García, acaba de convertirse en suegro del monarca que ha repudiado a su primera esposa. Este nuevo matrimonio disgusta a muchos de sus antiguos partidarios y sirve como probable justificación en la revuelta del 991 protagonizada por el Beni Gómez Munio Fernández, conde de Astorga, Pelayo Rodríguez y Gonzalo Vermúdez, cuñado de la antigua soberana abandonada y que ejerce como tenente de Luna, castillo donde se custodiaba el tesoro real que, al igual que otros bienes del monarca, es saqueado a placer por los rebeldes quienes, según la documentación, contaron siempre con el apoyo musulmán.

No pasará mucho tiempo hasta que Vermudo II recupere la capital procediendo, a continuación, al castigo de los sublevados, demasiado suave, sin duda, excepto en el caso de Gonzalo Vermúdez.

Las divisiones internas de los leoneses sirven de marco excelente a los planes de Almanzor que busca debilitar el reino y que, en el 994, ataca las fortalezas de Arbolio, Luna, Gordón, Alba y, de nuevo, León, donde muere defendiendo sus muros el conde Guillén, aquel Guillermo Sánchez que antaño se enfrentara a los vikingos.

Soberano de un reino desgarrado, sometido a los continuos asedios de Beni Gómez y de Almanzor, no logra Vermudo II sobrevivir a ninguno de sus enemigos ni evitar que en el 995 León y Astorga vuelvan a sufrir el tormento de las razzias musulmanas ni que Compostela, cabeza espiritual del reino de León, sea tomada en el 997. Poco después, en el 999, se apaga la vida de este monarca que será enterrado en Carracedo, un cenobio que había prosperado bajo su directa protección y amparo.
De su primer matrimonio con Velasquita Ramírez deja una hija, Cristina, destinada a convertirse en la esposa del infante Ordoño Ramírez, tronco de poderosos linajes leoneses y asturianos y entre cuyos descendientes se cuenta García Ordóñez, conde de Nájera, de quien volveremos a ocuparnos a propósito de Alfonso VI. De sus segundas nupcias, con Elvira de Castilla, nacieron Sancha, Teresa y el sucesor, Alfonso V (999-1028), un niño de tres años cuando muere su padre. Frutos de diversas relaciones extramaritales son Pelayo, Elvira y Ordoño Vermúdez, de quien surgen diversas casas nobles galaico-leonesas.

6.8.05

3.4.- León: Sede Regia

A la muerte de Alfonso III (910) la lejanía de la frontera, establecida en el Duero, facilitó la conversión de León en nueva capital del reino, aunque no por ello debemos suponer una ruptura con los viejos modelos neogóticistas sino más bien una continuación ideológica y un mantenimiento de los esquemas político-administrativos ya probados.

Por otra parte la cada vez más poderosa aristocracia, firmemente asentada sobre sus territoria, comienza a plantear un abierto desafío al poder cuyos primeros coletazos, por lo que se refiere al neonato regnum legionensis, coinciden con el derrocamiento del mismo rey magno tras una conspiración de su primogénito que es encarcelado en la fortaleza asturiana de Gozón lo que justifica la subsiguiente rebelión del conde Munio Muñoz, suegro del príncipe sublevado y posiblemente su cómplice, que exige por las armas la liberación del infante y consigue confinar al monarca en Boides forzándole a una abdicación en Don García. Después de peregrinar a Compostela y comandar por última vez la hueste real, Alfonso III fallece a los 58 años recibiendo sepultura en Astorga y, más tarde, en Oviedo tal y como nos transmite Justiniano Rodríguez(1997).

Desaparecido el soberano, confirmado en el solio García I (910-914), primer rey leonés, el nuevo monarca ratifica en el gobierno delegado de Galicia a su hermano Ordoño que, ya en vida del padre de ambos, había probado su valía política y militar en estas tierras pues, en el 908, tras convocar una poderosa hueste, se adentró en la Bética conquistando y saqueando la barriada fortificada de Regel, arrabal de Sevilla, afrenta para las armas musulmanas de la que se lamentan dolorosamente sus cronistas. Pero si Ordoño, vinculado por su matrimonio con Elvira Menéndez con las principales estirpes de la aristocracia del noroeste, conserva Galicia, su hermano Fruela es destinado a Asturias, territorio nuclear de la monarquía, que ahora comienza un periodo de grave crisis, de decadencia, convirtiéndose en el alejado bastión conservador que se nos presenta en los siglos posteriores en palabras de Juan Ignacio Ruiz de la Peña (1996).

Nos encontramos, pues, con un modelo, el leonés, de gobierno central pero flexible, jerarquizado, a cuya cabeza se halla el monarca, García, y, por su delegación, en las dos grandes circunscripciones del reino, Galicia y Asturias, dos príncipes subordinados al soberano y que actuarán como mediadores entre éste y la nobleza condal. Por lo que se refiere a las tierras al este del río Cea, será en el propio suegro de García I, Munio Muñoz, en quien recaiga este papel director sobre la órbita después conocida como castellana.

Sistema eficaz, probado por Ramiro I y Ordoño I quienes delegaron en sus respectivos sucesores, que, sin embargo, contribuirá a fomentar las diferencias locales y el particularismo en el seno del reino cristiano del norte.

La actividad repobladora del primer monarca leonés se centró en la comarca definida por el triángulo Zamora-Toro-Simancas, la avanzadilla del Duero, añadiendo, como complemento demográfico a esta linea fortificada, las empresas repobladoras de Roa, Osma, Coca, Clunia, Aza o San Estebán de Gormaz, encomendadas a los condes del sector fronterizo de al-Qilá, es decir, a su suegro, Gonzalo Téllez y Gonzalo Fernández. A estas tareas de reforzamiento del limes del territorio se suma la protección directa del soberano sobre algunos de los cenobios más destacados del momento como San Pedro de Eslonza, San Cipriano de Valdesaz, San Isidro de Dueñas o San Miguel de Escalada como recoge su biógrafo Justiniano Rodríguez (1997).

Como hijo de una infanta navarra estrechó García I los lazos existentes con la corona de Pamplona iniciando una firme alianza de intereses comunes frente al Islam que se mantendrá, con altibajos, a lo largo de la décima centuria.

Apenas si a los cuatro años de suceder en el solio paterno, el primer rey de León perdía la vida en Zamora a consecuencia de las heridas recibidas poco antes en la comarca de Arnedo (marzo del 914), tras realizar una incursión en el Valle de al-Hamma, noticia que, como en otras ocasiones, nos proporcionan las fuentes musulmanas, en esta oportunidad el historiador Ibn Idhari (1908).

Su muerte sin sucesión conocida de su matrimonio con Muniadomna Muñoz convierte a su hermano Ordoño en segundo monarca de León (914-924). Nacido en torno al 871, encomendada su educación a los muladíes Beni Qasi del Ebro, convertido en delegado real en las tierras de Galicia, desposado con Elvira Menéndez, por cuyas venas corría la sangre del conde Gatón, repoblador del Bierzo y Astorga, durante los años de gobierno de su hermano García se distinguió por sus empresas militares en tierras andalusíes, entre las que destacaremos la campaña de Evora (913) que concluyó con la toma de la ciudad de una forma tan sangrienta que en el Algarve cundió el terror pues durante largas jornadas los cadáveres musulmanes, apilados hasta formar la altura de dos hombres, señalaban a los visitantes donde se encontraba, en la plaza de Evora, el lugar llamado al-Atrás (el Estrecho), según las siempre algo exageradas fuentes cronísticas.

Esta política bélica, agresiva, marcó la pauta de actuación respecto a Córdoba desde los primeros años de su reinado en León pues, en el 915, ataca en una audaz campaña Mérida, Medellín, y Badajoz, plazas de las que se obtiene un rico botín cuyo destinatario parcial, en señal de gratitud por este nuevo triunfo, será el templo catedralicio leonés que se levantará sobre parte de los palacios reales.

La victoria de San Esteban de Gormaz (917) y sus posteriores empresas en la marca andalusí provocarán la respuesta armada de Abd al-Rahman III cuyas tropas derrotan a los cristianos en Valdejunquera (920) en buena medida por la defección en el combate de varios condes: Nuño Fernández, Abolmondar Albo y su hijo Diego –posiblemente Munio Gómez y Diego Muñoz, conde de Saldaña- sin olvidarnos de Fernando Ansúrez, cuyo desplante conjunto en el campo de batalla les lleva a ser encarcelados en León tras apresarles el monarca en Tejar, junto al Carrión, sin que conocieran los magnates los propósitos del soberano leonés pues, en palabras del cronista Sampiro “el corazón de los reyes y el curso de las aguas están el manos de Dios”. Poco después los prisioneros fueron liberados pues, al fin, un castigo ejemplar a menudo se identifica con una dura y seca advertencia sobre todo si su destinatario es un miembro de la primera nobleza.

Aliado de los navarros siguiendo la pauta política marcada por su hermano García, en el 923 emprende una campaña cuyos objetivos, según las fuentes, son Viguera y Nájera. Tras esta empresa y para ratificar la alianza entre ambos estados cristianos, Ordoño desposa por tercera vez con la infanta Sancha Sánchez –vid árbol genealógico de los reyes de León- pues, a la muerte de Elvira Menéndez y tras un fugaz enlace con la dama gallega Aragonta González, que fue repudiada, ninguna mujer compartía el trono leonés con el monarca. Poco duró este matrimonio pues, en el 924, fallece Ordoño II a quien las crónicas musulmanas, recogidas por Justiniano Rodríguez (1997), califican de tirano Urdun ibn Idfuns, señor de Galicia.

A su muerte hereda el cetro Fruela II (924-925), antiguo señor de Asturias, hermano de los dos monarcas precedentes quien deja, a su fallecimiento, abierta de nuevo la herida sucesoria y a León al borde de una guerra civil que pronto estallará entre sus hijos y los de Ordoño II. Dejó el siglo sin haber combatido contra otro enemigo que no fuera la estirpe Olemúndiz fieles partidarios de los vástagos de Ordoñó y entre los que se encontraba el mismo obispo de León: Frunimio.
La Nomina Regum Legionensium –nómina de los reyes de León- nos aclara la sucesión de este tercer soberano leonés: Alfonso Fróilaz (925-926) y, tras la guerra civil, Alfonso IV y sus hermanos, sin duda un fiel reflejo de los enfrentamientos entre ambas facciones reales que concluyen con la prisión de Alfonso Fróilaz y la entronización de Alfonso IV el Monje (926-931/932), segundogénito de Ordoño II, que contaba con el apoyo de Navarra pues su esposa, Onega, era hija del monarca pamplonés. Se produce, en este momento (926), un nuevo reparto similar al efectuado en tiempos de Alfonso III pues mientras sus hermanos reconocen su condición de soberano en León y su primacía, éste ratifica la posición preemiente de Sancho Ordóñez sobre las tierras de Galicia –de hecho, incluso, se intitulará “rey”- bajo cuyo gobierno delegado actuará en las tierras fronterizas portuguesas el tercer hermano: Ramiro. La muerte de Sancho convierte a Alfonso IV en heredero de su influencia sobre las comarcas galaicas. Sin embargo, ya fuera porque la muerte inesperada de su esposa le sumió en una profunda depresión o por cualquier otra oscura razón que los siglos nos evitan, el monarca abandona el trono y abdica inesperadamente a favor de su hermano menor, Ramiro, aunque pronto se arrepiente de su precipitada determinación y opta por abandonar el cenobio de Sahagún, donde se había recogido en vida monacal, y, con el apoyo de los Ansúrez y de los Beni Gómez toma de nuevo la capital, León (932), provocando la reacción inmediata de Ramiro, que se encontraba en Zamora reuniendo, conforme a la costumbre, la hueste real con la idea de atacar Madrid y socorrer a los mozárabes toledanos. Tras una huida arriesgada, Alfonso es apresado en un monasterio de monjas y, rompiendo la clausura y sin considerar el sagrado lugar donde se hallaba, apresado por orden de Ramiro que, después de ordenar que le sean arrancados los ojos, determina su encierro. El rey, además, corta de raíz cualquier tentativa de rebelión por parte de los miembros de su propia familia con pretensiones al trono y pronto comparten la ceguera de su hermano los hijos de Fruela II.

3.3.- La Expansión hacia el Valle del Duero: La Repoblación de León y Astorga

CORREGIDO
¿Qué quieres decir con la nota "¿1908?"? M.A.

Merced a la inestimable aportación de las crónicas musulmanas, especialmente de Ibn Idhari, conocemos una campaña cordobesa centrada en el reino cristiano del noroeste que, por su estrecha relación con León, es conveniente referir. Alude este historiador a una empresa militar encomendada a Muhammad, hijo del emir Abd al-Rahman II que, el 7 de septiembre del 845, con un poderoso ejército y una potente maquinaria de asedio, cercó la ciudad de León cuyos habitantes huyeron aprovechando la noche, abandonando la vieja sede de la Legio VII en manos de sus atacantes que no consiguieron destruir su muralla según el cronista magrebí Ibn Idhari (¿1908?).

Esta noticia singular llevó en su momento a Sánchez-Albornoz (1975) a considerar la existencia de una primera repoblación y restauración de la civitas romana en un momento anterior a la fecha oficial (856), que la lógica lleva a retrasar hasta los años finales del reinado de Alfonso II o los primeros de Ramiro I, aunque la crisis sucesoria en la que en esos momentos se ve inmerso el nuevo monarca nos lleva a inclinarnos por la primera opción.

Este ataque cordobés retrasa el avance definitivo a las tierras foramontanas del sistema político astur basado en una primera reordenación administrativa del nuevo territorio incorporado, por lo que debemos esperar hasta la entronización de Ordoño I para adentrarnos en una nueva etapa expansionista y de maduración institucional cuya culminación será el reino leonés.

A partir de la ascensión al trono de Ordoño I (850-866), hijo y heredero de Ramiro I y hasta la muerte de Alfonso III, su sucesor en el solio regio, asistimos a la consolidación de las estructuras político-institucionales generadas durante el gobierno de Alfonso II. Así mismo, superada la inestabilidad interna, y sofocadas las revueltas nobiliarias (salvo los conatos de rebelión del conde Fruela de Galicia y de los hermanos de Alfonso III), presenciamos una reactivación de las empresas bélicas y una admirable expansión territorial en los espacios foramontanos desde la región miñota hasta la primitiva Castilla, pasando por el Bierzo y las tierras leonesas, cuyo control político efectivo permite un trasvase humano potenciado por la incorporación a estas comarcas al sur de la Cantábrica de un contingente poblacional mozárabe de cuya presencia encontramos referencia en las distintas versiones de las primeras crónicas cristianas, como la Rotense:

“civitates de antiquis repopulavit, id est Tudem, Astoricam, Legionem et Amagiam patriciam muris cincundedit, portas in altitudinem possuit, populo partim ex suius partim ex Spania advenientibus implevit” .
Es decir:
“Las ciudades de antiguo abandonadas, a saber, Tuy, Astorga, León y Amaya Patricia, las rodeó de murallas, les puso altas puertas, y las llenó de gente, en parte de la suya, en parte de las llegadas de Hispania (tierra musulmana)”

Este aporte humano a Tuy, Amaya, Astorga (860) ciudad repoblada por el conde Gatón, hermano o cuñado del propio monarca, con gentes de su mandación berciana, sin olvidarnos de la segunda y definitiva reactivación de urbe legionense debida al soberano (856), nos denota una línea de actuación política destacada por las fuentes que es continuada por su heredero Alfonso III (860-910) en vida de su padre al quedar al frente del espacio galáico-portugués donde se revelará como un excepcional hombre de estado como nos lo presenta Juan Ignacio Ruiz de la Peña (1996).

Durante el reinado de Alfonso III el Magno la aristocracia gallega amplía los territorios asturianos por el oeste destacando la repoblación de Oporto (868) por el conde Vímara Pérez o la de Chaves debida al conde Odoario que abren el espacio en torno a Braga-Coimbra-Viseo-Lamego, es decir, el territorio comprendido entre el Limia y el Mondego. A esta reorganización político-administrativa de la zona portuguesa se suma la colonización del valle del Duero (Zamora en el 893, Simancas en el 899, o la comarca entre Dueñas y Toro), actividad que se añade a la desarrollada en el valle del Arlanza. Establecido definitivamente el espacio fronterizo en el Duero, las plazas fuertes sitas en las inmediaciones de este cauce fluvial se convierten en la defensa estable del reino.

La subsiguiente llegada, de nuevo, de población mozárabe revitaliza demográficamente el territorio en torno a las cuencas Órbigo-Bernesga, Porma-Curueño y Esla, sin olvidarnos de la Tierra de Campos. Paralela a esta actividad, la dinámica partipación de la nobleza condal, especialmente la galáico-portuguesa y la vinculada a la órbita territorial al este del Carrión, en la administración y gobierno delegado, sienta las bases de lo que, en palabras del Dr. Alvarez se define como una “clara vocación particularista” (1998) cuyo resultado será el inicio, a la muerte de Alfonso III (910), de una auténtica lucha por el poder entre las distintas facciones de la aristocracia y entre éstas y la cada vez más debilitada figura del monarca, tensiones que marcarán la historia del siglo X leonés.
Si los reinados de Ordoño I y Alfonso III aparecen caracterizados por la espectacular expansión y revitalización reino astur, los enfrentamientos con al-Andalus se suceden plasmándose en una serie de campañas cordobesas, en ocasiones desbaratadas con rápidas maniobras cristianas, tendentes a romper la nueva frontera por sus puntos más débiles: el primitivo solar castellano (Morcuera en el 865), la raya galáico-portuguesa o, incluso, las recientemente repobladas León y Astorga (877) que encuentran respuesta en un fulminante ataque de Alfonso III a Deza y Atienza, escala armada que alcanza uno de sus momentos más destacados en la victoria cristiana de Polvoraria (878), en la comarca zamorana de la Polvorosa, donde parte del ejército ismaelita es destruido y desde donde el soberano astur, remontando el curso del Esla, parte a interceptar el paso, en los alrededores de Sollanzo, de la hueste andalusí comandada por al-Mundhir, hijo del emir Muhammad, que, prudente, opta por evitar el encuentro pese a lo cual sus tropas se topan con las asturleonesas en Valdemora. Tras este episodio Muhammad firma una tregua con el monarca cristiano a cuyo término, mientras ambos adversarios se preparan para el combate, Alfonso III se adentra en territorio musulmán hasta la comarca de Badajoz, campaña que culmina con la victoria del monte Oxifer. La reacción del emir cordobés desbarata las defensas castellanas del reino de Asturias por Castrogeriz, forzando al cristiano a preparar la defensa de León que, sin embargo, no será necesario proteger pues el general andalusí se contenta con saquear las tierras leonesas hasta Alcoba de Orbigo (882). Un año más tarde se repite esta pauta ataque-defensa y, en esta ocasión, los árabes, tras asediar Coyanza –Valencia de Don Juan- destruyen el cenobio cegense de los Santos Mártires Facundo y Primitivo: Sahagún. Después de estas fructíferas campañas, en el 883, las rebeliones del muladí tornadizo Umar ibn Hafsún, de los Beni Qasi del Ebro y del muladí Ibn Marwan el Gallego así como las propias diferencias surgidas en el seno de la familia del emir a la muerte de Muhammad, restan la suficiente capacidad de lucha a los ismaelitas como para conceder al reino astur una necesaria y anhelada paz que permite al monarca magno una progresiva maduración del sistema neogótico, auténtica base conceptual de la dinastía, fruto elaborado del que será manifestación directa la idea imperial leonesa plasmada en las fórmulas ya utilizadas por el propio Alfonso III en el 906: “In Dei nomine, Adafonsus pro Christi nutu atque potentia Hispaniae rex” , tan distinta en forma y contenido del usual “regnante in Asturias” intitulación la del rey Magno que deja entrever los rasgos todavía algo difusos de una nueva concepción política que recaerá, a su muerte, en los monarcas leoneses: sus herederos.

3.2.- La Dinastía Ástur en su Corte de Oviedo

El asesinato de su padre Fruela (757-768) y su probable minoría de edad alejaron a este príncipe, Alfonso, del trono durante 23 años portando el cetro real mientras tanto cuatro monarcas sucesivos: Aurelio (768-774), Silo (774-783), Mauregato (783-789) y Vermudo I (788-791) –vid árbol genealógico de los reyes de Asturias-, hasta que la abdicación de este último, precisamente tras el desastre de Burbia, permite que la corona revierta a quien está llamado a convertirse en uno de los grandes soberanos asturleoneses: Alfonso II el Casto.

Sus primeros años de gobierno se vieron marcados por los sucesivos ataques ismaelitas a la frontera que llegan, incluso, a cruzar la Cantábrica para saquear Oviedo (794) a donde se ha trasladado la capitalidad del reino, pero a la muerte del emir Hixem disminuyen en número e intensidad las algazúas lo que permite una lenta recomposición de los estados cristianos en palabras de Juan Uría (1971).

Alfonso II, que ha venido manteniendo contactos diplomáticos con la corte carolingia hasta el extremo de notificar su campaña de Lisboa (797) al propio Carlomagno, aprovecha estos lazos para obtener el necesario beneplácito del emperador y del papado a su línea ortodoxa frente a la herejía adopcionista según señala Juan Ignacio Ruiz de la Peña (1995). El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en Compostela sanciona la singularidad religiosa del reino hispano por cuyos caminos norteños comienza a perfilarse la gran ruta de peregrinación peninsular: el Camino de Santiago.

A partir de este momento la relativa paz fronteriza y los contactos allende los Pirineos imbuyen de europeísmo la corte ovetense que se convierte en un reanimador cultural de la vida en el norte cristiano. El propio monarca brinda su impulso directo a este proceso orientado a una reconstrucción de los viejos modelos político-jurídicos góticos considerándose, los asturianos, verdaderos herederos de los toledanos.

Fruto de la activa y fructífera labor de engrandecimiento de la urbe regia surgirá el templo de San Salvador, destinado a sede de la nueva diócesis ovetense y que servirá de custodia a la magnífica Cruz de los Ángeles (808) donada por el monarca, o la iglesia de Santa María, adosada a San Salvador, o San Tirso, mas, junto a este renacimiento artístico de una corte en proceso de desarrollo, encontramos una reorganización institucional basada en premisas góticas pero adaptadas a las nuevas circunstancias políticas.

La muerte de Alfonso II, el 20 de marzo del 842, sin descendencia, tras un largo y fecundo reinado, reabre la vieja herida sucesoria, verdadero cáncer de la monarquía asturiana primero y leonesa después. Así, tras el breve interregno de Nepociano, conde palatino vinculado por matrimonio a la dinastía, el trono recaerá en Ramiro I (842-850), hijo de Vermudo I –vid árbol genealógico monarquía astur- cuyos primeros años de gobierno aparecen marcados por varias rebeliones nobiliarias que dejan entrever en palabras del Dr. Ruiz de la Peña (1995):

“el enfrentamiento entre dos concepciones divergentes en la forma de entender el caudillaje de reino y en las pautas vitales mismas de los pueblos a los que tales concepciones parecen asociarse: los gallegos, en un estadio mucho más evolucionado que los ástures y vascones, constituyen el respaldo de Ramiro, mientras que Nepociano -y el relato cronístico lo explicita claramente- estará apoyado por estos pueblos orientasles del complejo y diversificado tablero étnico del reino ovetense y, obviamente, por una importante facción nobiliaria, si no por toda la nobleza, de la propia corte regia, algunos de cuyos representantes persistirían en una mantenida actitud de rebeldía abierta contra Ramiro”.

Si en el seno del reino latía un rescoldo de rebeldía, al tradicional adversario ismaelita se sumaba, en esta ocasión, una nueva amenaza: los normandos que, en el 844, tras reconocer la costa de Gijón, desembarcan en Betanzos siendo rechazados por Ramiro I tal como manifiesta Juan Uría (1956).

3.1.- La Monarquía Asturleonesa

Nada parecía presagiar que, a la muerte de Mahoma (632), su legado religioso se convirtiera, en manos de sus hábiles sucesores, en el germen de un poderoso imperio.

La expansión musulmana que se inicia con Abu Bakr extiende el Islam a Irak, Persia, Siria, Jerusalem, Egipto, y, como una marea imparable, el norte de Africa. Establecida la capital en Damasco (660), Moavia ibn Sufiyan es reconocido califa fundando una dinastía, la Omeya, cuyo último heredero superviviente, tras la entronización abbasida y el asesinato sistemático de los miembros de la anterior casa real, será Abd al-Rahman quien, refugiado en España, pasará a la historia como el artífice del emirato independiente de Córdoba.

La ocupación de la antigua Mauritania Tingitana (norte de Africa), debido a la resistencia de sus habitantes, exigió una entrega mayor por parte de las invasorass tropas musulmanas. Una vez conquistadas estas tierras, pasan a formar parte de un nuevo distrito administrativo conocido como Ifriquiya, cuya capital establecieron en Qayrawan. Será allí, a comienzos del s. VIII, donde llegará como gobernador Musa Ibn Nusayr, quien, sometido el Magreb, volverá sus ojos al norte, es decir, a Hispania, como posible objetivo de una posterior expansión.

Pero si la Península Ibérica se verá potencialmente amenazada desde Africa a partir de este momento, a esta peligrosa situación se suma la inestabilidad del propio reino visigodo de Toledo, asentado sobre unos pilares tan endebles que parecía destinado a estallar en una guerra civil o a servir de víctima propiciatoria a los deseos de conquista del emir de Qayrawan pues, después de tres siglos en Hispania, los godos habían perdido hasta tal punto su antigua capacidad militar que buscaban cualquier excusa para evitar sumarse a la hueste real tal y como muestran las leyes del momento. Si a esto sumamos la situación de extrema dureza a la que se sometía a los siervos, realmente numerosos en un sistema como el visigodo, heredero del tardoimperial, y asentado económicamente sobre grandes explotaciones fundarias, y añadimos las estrictas condiciones de vida de la minoría judía, hostigada por una legislación tan rígida y brutal como la que se recoge en las normativas conciliares, nos encontramos un magnífico potencial humano capaz de sacrificar la seguridad de un sistema político permitiendo o aceptando un nuevo cambio, pues en no pocos casos la invasión norteafricana se vería, realmente, como una liberación.

Así, la querella sucesoria entre rodriguistas y witizanos, iniciada a la muerte de Witiza (710) y prolongada durante el corto reinado de su sucesor Rodrigo, último rey de los godos, simplemente aumentó las posibilidades de éxito del invasor ejército de Muza y su lugarteniente Tarik cuando éste desembarcó en la Península en el 711 tras una primera expedición exploratoria ordenada a Muza Ibn Nusay por el propio califa:

“Manda a ese pais algunos destacamentos que lo exploren y tomen informes exactos y no expongas a los muslines a los azares de un mar de revueltas olas” (Ajbar Machmua).

Rodrigo conoció el desembarco mientras luchaba en la frontera de Vasconia y, a marchas forzadas, alcanzó a enfrentarse a Tarik en Guadalete (julio del 711) siendo destrozado el ejército visigodo y desapareciendo en el combate el propio monarca.

Las tropas musulmanas, a las que en el 712 se suman las del emir Muza, rinden Toledo, Amaya –capital del ducado de Cantabria-, León, Astorga, y llegan hasta Lugo dominando a su paso toda la Península y estableciendo en ella gobernadores para un mejor control de las antiguas circunscripciones administrativas godas.

Muchos nobles optaron por capitular o pactar, como el conde Casio del Ebro, Teodomiro de Murcia e, incluso, de ser ciertas las noticias proporcionadas por las crónicas ismaelitas, parcialmente confirmadas por las fuentes cristianas, los mismos señores de la Gallaecia –nombre con el que más tarde se conocerá al Reino de León- acudieron ante Muza para negociar su rendición según nos transmite Ibn Idhari (1908). Entre ellos, probablemente, los antiguos duques de Cantabria y Asturias, territorios donde surgirá el primer foco de resistencia al invasor pues, tras la escaramuza de Covadonga, con Pelayo y su yerno Alfonso, hijo del duque de Cantabria, se inicia realmente la historia del Reino de Asturias.

Los primeros años de la vida de este primer territorio cristiano autónomo, tras la conquista del 711, aparecen envueltos en la oscuridad pues la parquedad de las fuentes apenas si contribuye a a clarificar algunos de los numerosos interrogantes que plantea la singladura inicial de Asturias y su lucha por la supervivencia frente al poderoso vecino del sur. Si bien es cierto que el propio concepto de Reconquista responde a premisas políticas posteriores, no lo es menos que las primeras crónicas del ciclo asturiano buscan una legitimación de la dinastía partiendo de una supuesta descendencia de alguno de los más insignes monarcas toledanos anteriores a la invasión como Leovigildo y Recaredo, en el caso de Alfonso I, tratando, quizás, de establecer las tímidas bases de un intento de reconstrucción de ciertos modelos sociopolíticos anteriores a Guadalete. Sin embargo, y a pesar de la remarcable expansión de este primitivo núcleo en tiempos de Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo, que alcanza las tierras al sur de la Cordillera Cantábrica, debemos esperar hasta la entronización de Alfonso II (791-842) para asistir al primer intento real de restauración del Ordo Gótico.

El verdadero fundador del neonato reino fue Alfonso I, sucesor de Pelayo a la muerte de Favila –vid. árbol genealógico de los reyes de Asturias- quien, aprovechando las luchas intestinas en el territorio de al-Andalus entre árabes y bereberes cruza la Cordillera, auténtica frontera natural de Asturias y, mediante una serie sistemática de ataques y depredaciones en las tierras entre las montañas y el Duero, consigue no sólo fortalecer demográficamente su estado sino en esencia privar a los musulmanes de los principales núcleos de abastecimiento y control territorial al norte del Duero pues los objetivos bélicos del monarca cristiano se centran en las ciudades como Lugo, Porto, Astorga, León, Zamora, Amaya, Saldaña o Clunia, entre otras, cabeceras todas ellas de circunscripciones a menudo herederas del sistema político anterior y, por consiguiente, rectoras del territorio circundante. Estas campañas selectivas contribuyeron a desarticular administrativamente el territorio al norte del gran río y, por extensión, a entorpecer la previsible respuesta militar ismaelita, que perdía sus centros de abastecimiento, garantizando, por tanto, la hasta entonces endeble seguridad del reino astur, lo que permite al soberano reordenar el primitivo solar cristiano entre la cordillera y el mar: la Galicia costera, Asturias y la parte montañosa norteña del antiguo ducado cántabro: Liébana y Vardulia, es decir las tierras fronteras con Vasconia, de donde surgirá mas adelante al-Qilá, es decir, Castilla.
A su muerte (757) y hasta la entronización definitiva de su nieto Alfonso II, el Reino de Asturias se verá sacudido por luchas dinásticas, conflictos internos como la rebelión de los siervos, problemas en el limes vascón, y, por supuesto, las razzias cordobesas contra Alava, Vardulia y el Bierzo, entrada natural a Galicia, donde las tropas astures sufren junto al río Burbia una estrepitosa derrota en el 791 que facilitará la cesión definitiva del poder real a Alfonso II.
La Batalla de Covadonga.
El gobernador musulmán Munuza reside en Gijón. Pelayo, según las crónicas, es hijo del dux Fáfila. Al producirse la invasión musulmana se refugia en Asturias junto con su hermana. El gobernador de Asturias quiere casarse con la hermana de Pelayo y envía a este a Córdoba como rehén.

Pelayo escapa de Córdoba en el año 717 e incita a los ástures a rebelarse contra Córdoba. Estos le nombran jefe y se refugian en el monte Auseva.

A la luz de estos hechos se puede hacer la siguiente interpretación: Pelayo es el hijo del dux de Asturia y posee propiedades en la Asturia Transmontana. El Gobernador musulmán de Asturia, para reafirmar su poder, pretende casarse con la hija del dux de Asturia, hermana de Pelayo. Este escapa y organiza una revuelta contra los musulmanes. Esta búsqueda de continuidad y legitimidad se confirma con el matrimonio de la hija de Pelayo con Alfonso I, hijo del dux de Cantabria.

En el año 722 el emir envía al Norte un ejercito y el 28 de mayo de este año se produce la batalla de Covadonga. Las tropas de Pelayo rompen en dos el ejercito musulmán: la vanguardia huye a través de los Picos de Europa y son sepultados por un desprendimiento de rocas en Liébana; la retaguardia se retira a Cangas de Onís, alcanzan Gijón y se produce la retirada árabe de Asturias. El ejercito musulmán es derrotado cerca del Puerto de la Mesa.

Nace así el reino de los ástures, el Astororum Regnum, en los Picos de Europa. La tradición cuenta que Pelayo fue coronado en la Corona, en el valle de Valdeón, alzado sobre un escudo. La primera capital será Cangas de Onís.

Según la Crónica de Alfonso III:

"...Pelayo, habiendo conseguido escapar a los musulmanes y refugiándose en Asturias, es elegido rey por una asamblea, y organiza la resistencia de los asturianos en el monte Auseva, en la "cova dominica" (Covadonga). Contra él marcha un ejército innumerable, mandado por Alcama, compañero de Terec, y con el que va también Opas, hijo de Witiza y metropolitano de Toledo o Sevilla, quien mantiene con Pelayo un dramático diálogo. Fracasada la mediación intentada por Opas, comienza la batalla; pero la flechas y las piedras lanzadas por las hondas se vuelven para herir a los atacantes, que acaban por huir quedando Alcama muerto y prisionero Opas. Al bajar los fugitivos el monte Auseva, para alcanzar Liébana, un monte se desplomó sobre ellos, muriendo 63.000 caldeos..."
Las crónicas árabes no hablan de ningún encuentro bélico, aunque sí reconocen la existencia de Pelayo, refugiado en los montes con un grupo de gentes que se alimentaban de la miel que elaboraban las abejas en la hendiduras de las peñas:
"...Dice Isa ben Ahmad al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de sus país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por la abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿que daño pueden hacernos?»." (Al-Maqqari Nafh al-tib)...
El Reino de lo Ástures
Fávila, hijo de Pelayo (tiene el mismo nombre que su abuelo, el dux de Asturia) muere por el ataque de un oso. La hija de Pelayo se casa con Alfonso, hijo Pedro, dux de Cantabria. Al convertirse en Alfonso I (739-757) incorpora todo el norte peninsular al Astororum Regnum. En el año 740 lo bereberes de España se subleban contra los árabes y abandonan Galicia, facilitando la expansión del incipiente reino. Reconquista Tuy, Braga, Viseo, Chaves, León, Mabe, Amaya, Zamora, Salamanca, etc. aunque no las retiene, sino que se lleva al norte sus poblaciones cristianas. Sin embargo este hecho no justifica el despoblamiento del Duero. Incopora Galicia y Vasconia al reino, aunque bajo Fruela I (757-768), hermano de Alfonso I se producen rebeliones de galaicos y vascones. Este se casará con una cautiva vascona, Munia, que dará como fruto al futuro Alfonso II. Se produce un flujo de mozárabes al Norte, que colaboran en las tareas repobladoras. A Fruela le sucede su hijo Aurelio (768-774) y a este Silo (774-783) que traslada la capital a Pravia. Silo consigue incorporar definitivamente la Galicia nor-oriental al reino. Se cree que este rey es un gran propietario de esta zona. Más tarde, con Alfonso II se producirá la integración pacífica del resto de Galicia al reino. Como consecuencia de esta incorporación, Galicia quedará libre de razzias musulmanas y la aristocracia gallega se convertirá en uno de los ejes vertebradotes de la vida social y política del reino, al mismo tiempo que se produce el alejamiento de la zona oriental, con un menor grado de control que facilitaría la independencia del Condado de Castilla. A Silo le sucede Mauregato (783-788), hijo de Alfonso I y es sucedido por Bermudo I (788-791) hijo de Fruela y hermano de Aurelio. Bermudo I, después de ser derrotado en la confluencia de los ríos Turbia y Valcarce, abdica en Alfonso II (791-842).

3.- El Reino Asturleonés (718-1037)

Ante la debilidad del reino visigodo de Toledo se produce la ocupación musulmana. Su ataque se dirige a los centros de poder visigodos, incluyendo éstos a Lugo, Astorga y Amaya, capitales de los ducados de Galicia, Asturia y Cantabria respectivamente. En estos momentos se produce una rebelión de nobles de la zona, liderados por el misterioso Pelayo, que estallaría a partir de la legendaria Batalla de Covadonga (año 718). Según algunas crónicas, Pelayo sería hijo de un duque (posiblemente de Asturia); esta tesis se reforzaría teniendo en cuenta la pretensión del gobernador musulmán en Asturias, Munuza, de casarse con la hermana de Pelayo, así como el matrimonio de la hija de Pelayo con el hijo del duque de Cantabria, el futuro Alfonso I, que sellaría una alianza cantabro-ástur que daría lugar al Reino de los Ástures con capital en Cangas de Onís. En realidad, Alfonso I será el verdadero fundador del reino, y no Pelayo. Ataca los centros políticos al norte del Duero, desmantelando administrativamente el gobierno musulmán en este territorio. Este proceso es facilitado por la rebelión de los bereberes que controlaban Galicia contra los árabes. Silo traslada la capital a Pravia y el reino se extiende a Galicia. Alfonso II muda la capital a Oviedo y el reino pretende legitimarse afirmando que es la continuación del reino visigodo. En esta época se produce el descubrimiento de la supuesta tumba de Santiago. Durante este periodo se establecen muy buenas relaciones con el reino franco. Ordoño I refuerza el sistema defensivo del reino reedificando Astorga, León y Tuy, y Alfonso III lleva la frontera hasta el Duero, asentándese al final de su reinado en la ciudad de León. García I traslada la capital a León en el año 910, mientras gobierna su hermano Ordoño en Galicia y su hermano Fruela en Asturias. Ordoño II confirma la capitalidad leonesa y fomenta relaciones cordiales con el reino de Pamplona. Durante el reinado de Alfonso V se promulga el Fuero de León, el primer fuero municipal del que todos los demás pueden considerarse derivados o variantes. Mientras, el rey navarro Sancho III el Mayor busca expandirse a costa del territorio oriental del Reino de León, convirtiéndose en Conde de Castilla y con pretensiones sobre Campos.

2.4.- La religiosidad

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A LA ESPERA DE COLGAR IMÁGENES. M.A.
En el Norte de la península, y especialmente en el Noroeste (Gallaecia, Asturia y Cantabria), se da la mayor concentración de dioses indígenas. Sus nombres son, en su mayoría, celtas o indoeuropeos: Bodus, Vacocaburius, Vacodonnaegus, Erudinus, Tilenus, Candamius, Cosus, etc. Estas deidades parecen ser protectores de cada tribu.

En ninfeos se rendía culto a las ninfas, haciendo libaciones y ofrendas a las aguas de los pozos, fuentes y ríos. Existían bosques sagrados, como en Nemetobriga de los ástures Tiburos, hoy Puebla de Trives. San Justino decía que los montes sagrados no podían ser violados con herramientas, excepto cuando los hería el rayo. El culto a los árboles se modificará con la cristianización, situando imágenes de la Virgen en las oquedades de los árboles.

"Algunos dicen que los Galaicos no tienen dioses, y los celtíberos y sus vecinos del Norte hacían sacrificios a un dios innominado, en las noches de plenilunio, ante las puertas de sus casas, y que con toda la familia danzan y velan hasta el amanecer" (Estrabón, III,4,17).

"Los manjares se pasan en círculo y a la hora de la bebida danzan en corro a son de la flauta y trompeta, pero también dando saltos y agachándose y en Bastetania, danzan también las mujeres junto con los hombres cogiéndose las manos" (Estrabón, III,3,4).

Realizaban también sacrificios y practican la adivinación examinando las entrañas, con el vuelo de las aves o la observación de las llamas.

"Los lusitanos son dados a los sacrificios y examinan las entrañas sin separarlas del cuerpo; se fijan además en las venas del costado y adivinan palpando. Hacen también predicciones por las entrañas de sus cautivos de guerra, a los que cubren con sayos. Luego, cuando son heridos por el arúspice (hieroskópou) en las entrañas, adivinan en primer lugar por la forma en que caen. Cortan las manos de los prisioneros y consagran la diestra." (Estr. III, 3,6)

"La opulenta Galicia envió un muchacho hábil en la adivinación por las entrañas, el vuelo de las aves y llamas." (Sil. Itál. III, 344- 345)

Las religiones prerromanas llegan hasta el siglo III. En el VII se produce un renacimiento de los cultos paganos en un contexto cristianizado, como forma de protesta social. La pervivencia de algunos cultos o creencias alcanzó nuestros días. San Martín de Braga arremete contra ellas en su De Correctione Rusticorum

"Porque encender velas junto a las piedras y a los árboles y a las fuentes y en las encrucijadas, ¿qué otra cosa es sino culto al diablo? Observar la adivinación y los agüeros, así como los días de los ídolos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?"
“Observar las vulcanales y las calendas, adornar las mesas, poner coronas de laurel, observar el pie, derramar en el fogón sobre la leña alimentos y vino, echar pan en la fuente, ¿qué otra cosa es sino culto del diablo? El que las mujeres nombren a Minerva al urdir sus telas, observar en las nupcias el día de Venus, y atender en qué día se hace el viaje, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?"
Hechizar hierbas para los maleficios, e invocar los nombres de los demonios con hechizos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo? Y otras muchas cosas que es largo el decirlas.”

La presencia militar romana en el Norte peninsular favorece también la proliferación de cultos orientales: Isis y Serapis, Mitra, Júpiter Dolichenus, Deaa Caelestis, Némesis, Cibeles, Frugiferr o Sol Invictus. Los centros de irradiación son Astorga, León y Lugo. Por la misma razón, encontramos en el territorio sureño de la Asturia, concretamente en Astorga, la más antigua comunidad cristiana de que tenemos noticia en Hispania. La cristianización del Norte peninsular se produce a finales de la época romana y especialmente en la visigoda. Las pruebas materiales consisten en los sarcófagos de la Bureba, las iglesias rupestres de Cantabria, iglesias visigodas como la de Santa Cristina de Lena sobre las que se construirán iglesias prerrománicas, la iglesia paleocristiana de Marialba de la Ribera, Termes, Quiroga y Bóveda y los sarcófagos de San Justo de la Vega y Lorenzana, son algunos ejemplos.

El priscilianismo, corriente cristiana ortodoxa que se enfrentó a la jerarquía episcopal, tuvo un fuerte arraigo en el Noroeste, y favoreció la expansión del cristianismo por estas tierras. La cristianización se produce de forma diferente: en los principales centros urbanos de Asturia y Gallaecia es de cuño episcopal, mientras que en el territorio montañoso de Asturia y Cantabria es monacal. En época romana encontramos los obispados de Astorga-León, que ejercía como sede metropolitana, Braga, Lugo Aqua Celenae (Caldas de Reis) y Magnetum (Meinedo). Astorga-León es un único obispado a caballo entre la capital administrativa del Convento Asturicense y la ciudad militar de León. Bajo dominio suevo, San Martín de Braga realiza una reforma recogida en el Parroquial Suevo, que priva a Astorga-León de la sede metropolitana a favor de Braga. Las otras diócesis de Gallaecia son: Lugo, Iria (que sustituye a Aqua Celenae), Oporto (que sustituye a Magnetum), Orense (que sustituye a Aquae Flaviae) y las entonces creadas Bretoña y Tui. La diócesis de Astorga incluía Legio, Bergido y Pésicos (la parte occidental de la Asturia Transmontana). La de Bretoña afecta a una comunidad bretona asentada en el Norte de Lugo y occidente de Asturias y procedente de la Bretaña francesa o de las Islas Británicas entre los siglos V y VI, tal vez huidos de los sajones.

Durante la invasión musulmana desaparecerá la sede de Bretoña y quedarán vacantes las de Astorga, Lugo y, tal vez, Iria. Con Alfonso II se creará la diócesis de Oviedo, el traslado a Lugo de la cátedra metropolitana de Braga, el descubrimiento de la tumba de Santiago en Compostela a donde se trasladará el lugar de residencia de los obispos de Iria. El traslado de la sede se producirá en el siglo XI. La sede de Lugo se restaurará con Alfonso I mientras que Ordoño I restaurará la sede de Astorga y creará la de León.

Sin embargo, la cristianización de la zona montañosa corresponde a los monjes eremitas y se produce en época visigoda. El Bierzo, en el antiguo Convento Astur, se convertirá en una especie de Tebaida occidental con el impulso de San Fructuoso, hijo de un dux visigodo, y San Valerio del Bierzo. La Asturia Transmontana y Cantabria tampoco fueron inmunes a la influencia monacal.
Finalmente, el “descubrimiento” de la Tumba del Apóstol Santiago se produce en un momento muy oportuno. Durante el reinado del rey Mauregato, se produce un fuerte enfrentamiento entre la Iglesia del Norte y la de Toledo, debido al intento de esta última de conciliar las religiones musulmana y cristiana. Este “descubrimiento” en tiempos de Alfonso II legitima la creación de una iglesia para el reino norteño independiente de Toledo, proyecto apoyado por Carlomagno, que mantenía buenas relaciones con el rey ástur. Se ha apuntado que los restos del Apóstol Santiago bien podrían corresponder en realidad a Prisciliano.