Historia de León

6.8.05

3.2.- La Dinastía Ástur en su Corte de Oviedo

El asesinato de su padre Fruela (757-768) y su probable minoría de edad alejaron a este príncipe, Alfonso, del trono durante 23 años portando el cetro real mientras tanto cuatro monarcas sucesivos: Aurelio (768-774), Silo (774-783), Mauregato (783-789) y Vermudo I (788-791) –vid árbol genealógico de los reyes de Asturias-, hasta que la abdicación de este último, precisamente tras el desastre de Burbia, permite que la corona revierta a quien está llamado a convertirse en uno de los grandes soberanos asturleoneses: Alfonso II el Casto.

Sus primeros años de gobierno se vieron marcados por los sucesivos ataques ismaelitas a la frontera que llegan, incluso, a cruzar la Cantábrica para saquear Oviedo (794) a donde se ha trasladado la capitalidad del reino, pero a la muerte del emir Hixem disminuyen en número e intensidad las algazúas lo que permite una lenta recomposición de los estados cristianos en palabras de Juan Uría (1971).

Alfonso II, que ha venido manteniendo contactos diplomáticos con la corte carolingia hasta el extremo de notificar su campaña de Lisboa (797) al propio Carlomagno, aprovecha estos lazos para obtener el necesario beneplácito del emperador y del papado a su línea ortodoxa frente a la herejía adopcionista según señala Juan Ignacio Ruiz de la Peña (1995). El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en Compostela sanciona la singularidad religiosa del reino hispano por cuyos caminos norteños comienza a perfilarse la gran ruta de peregrinación peninsular: el Camino de Santiago.

A partir de este momento la relativa paz fronteriza y los contactos allende los Pirineos imbuyen de europeísmo la corte ovetense que se convierte en un reanimador cultural de la vida en el norte cristiano. El propio monarca brinda su impulso directo a este proceso orientado a una reconstrucción de los viejos modelos político-jurídicos góticos considerándose, los asturianos, verdaderos herederos de los toledanos.

Fruto de la activa y fructífera labor de engrandecimiento de la urbe regia surgirá el templo de San Salvador, destinado a sede de la nueva diócesis ovetense y que servirá de custodia a la magnífica Cruz de los Ángeles (808) donada por el monarca, o la iglesia de Santa María, adosada a San Salvador, o San Tirso, mas, junto a este renacimiento artístico de una corte en proceso de desarrollo, encontramos una reorganización institucional basada en premisas góticas pero adaptadas a las nuevas circunstancias políticas.

La muerte de Alfonso II, el 20 de marzo del 842, sin descendencia, tras un largo y fecundo reinado, reabre la vieja herida sucesoria, verdadero cáncer de la monarquía asturiana primero y leonesa después. Así, tras el breve interregno de Nepociano, conde palatino vinculado por matrimonio a la dinastía, el trono recaerá en Ramiro I (842-850), hijo de Vermudo I –vid árbol genealógico monarquía astur- cuyos primeros años de gobierno aparecen marcados por varias rebeliones nobiliarias que dejan entrever en palabras del Dr. Ruiz de la Peña (1995):

“el enfrentamiento entre dos concepciones divergentes en la forma de entender el caudillaje de reino y en las pautas vitales mismas de los pueblos a los que tales concepciones parecen asociarse: los gallegos, en un estadio mucho más evolucionado que los ástures y vascones, constituyen el respaldo de Ramiro, mientras que Nepociano -y el relato cronístico lo explicita claramente- estará apoyado por estos pueblos orientasles del complejo y diversificado tablero étnico del reino ovetense y, obviamente, por una importante facción nobiliaria, si no por toda la nobleza, de la propia corte regia, algunos de cuyos representantes persistirían en una mantenida actitud de rebeldía abierta contra Ramiro”.

Si en el seno del reino latía un rescoldo de rebeldía, al tradicional adversario ismaelita se sumaba, en esta ocasión, una nueva amenaza: los normandos que, en el 844, tras reconocer la costa de Gijón, desembarcan en Betanzos siendo rechazados por Ramiro I tal como manifiesta Juan Uría (1956).