3.1.- La Monarquía Asturleonesa
Nada parecía presagiar que, a la muerte de Mahoma (632), su legado religioso se convirtiera, en manos de sus hábiles sucesores, en el germen de un poderoso imperio.
La expansión musulmana que se inicia con Abu Bakr extiende el Islam a Irak, Persia, Siria, Jerusalem, Egipto, y, como una marea imparable, el norte de Africa. Establecida la capital en Damasco (660), Moavia ibn Sufiyan es reconocido califa fundando una dinastía, la Omeya, cuyo último heredero superviviente, tras la entronización abbasida y el asesinato sistemático de los miembros de la anterior casa real, será Abd al-Rahman quien, refugiado en España, pasará a la historia como el artífice del emirato independiente de Córdoba.
La ocupación de la antigua Mauritania Tingitana (norte de Africa), debido a la resistencia de sus habitantes, exigió una entrega mayor por parte de las invasorass tropas musulmanas. Una vez conquistadas estas tierras, pasan a formar parte de un nuevo distrito administrativo conocido como Ifriquiya, cuya capital establecieron en Qayrawan. Será allí, a comienzos del s. VIII, donde llegará como gobernador Musa Ibn Nusayr, quien, sometido el Magreb, volverá sus ojos al norte, es decir, a Hispania, como posible objetivo de una posterior expansión.
Pero si la Península Ibérica se verá potencialmente amenazada desde Africa a partir de este momento, a esta peligrosa situación se suma la inestabilidad del propio reino visigodo de Toledo, asentado sobre unos pilares tan endebles que parecía destinado a estallar en una guerra civil o a servir de víctima propiciatoria a los deseos de conquista del emir de Qayrawan pues, después de tres siglos en Hispania, los godos habían perdido hasta tal punto su antigua capacidad militar que buscaban cualquier excusa para evitar sumarse a la hueste real tal y como muestran las leyes del momento. Si a esto sumamos la situación de extrema dureza a la que se sometía a los siervos, realmente numerosos en un sistema como el visigodo, heredero del tardoimperial, y asentado económicamente sobre grandes explotaciones fundarias, y añadimos las estrictas condiciones de vida de la minoría judía, hostigada por una legislación tan rígida y brutal como la que se recoge en las normativas conciliares, nos encontramos un magnífico potencial humano capaz de sacrificar la seguridad de un sistema político permitiendo o aceptando un nuevo cambio, pues en no pocos casos la invasión norteafricana se vería, realmente, como una liberación.
Así, la querella sucesoria entre rodriguistas y witizanos, iniciada a la muerte de Witiza (710) y prolongada durante el corto reinado de su sucesor Rodrigo, último rey de los godos, simplemente aumentó las posibilidades de éxito del invasor ejército de Muza y su lugarteniente Tarik cuando éste desembarcó en la Península en el 711 tras una primera expedición exploratoria ordenada a Muza Ibn Nusay por el propio califa:
“Manda a ese pais algunos destacamentos que lo exploren y tomen informes exactos y no expongas a los muslines a los azares de un mar de revueltas olas” (Ajbar Machmua).
Rodrigo conoció el desembarco mientras luchaba en la frontera de Vasconia y, a marchas forzadas, alcanzó a enfrentarse a Tarik en Guadalete (julio del 711) siendo destrozado el ejército visigodo y desapareciendo en el combate el propio monarca.
Las tropas musulmanas, a las que en el 712 se suman las del emir Muza, rinden Toledo, Amaya –capital del ducado de Cantabria-, León, Astorga, y llegan hasta Lugo dominando a su paso toda la Península y estableciendo en ella gobernadores para un mejor control de las antiguas circunscripciones administrativas godas.
Muchos nobles optaron por capitular o pactar, como el conde Casio del Ebro, Teodomiro de Murcia e, incluso, de ser ciertas las noticias proporcionadas por las crónicas ismaelitas, parcialmente confirmadas por las fuentes cristianas, los mismos señores de la Gallaecia –nombre con el que más tarde se conocerá al Reino de León- acudieron ante Muza para negociar su rendición según nos transmite Ibn Idhari (1908). Entre ellos, probablemente, los antiguos duques de Cantabria y Asturias, territorios donde surgirá el primer foco de resistencia al invasor pues, tras la escaramuza de Covadonga, con Pelayo y su yerno Alfonso, hijo del duque de Cantabria, se inicia realmente la historia del Reino de Asturias.
Los primeros años de la vida de este primer territorio cristiano autónomo, tras la conquista del 711, aparecen envueltos en la oscuridad pues la parquedad de las fuentes apenas si contribuye a a clarificar algunos de los numerosos interrogantes que plantea la singladura inicial de Asturias y su lucha por la supervivencia frente al poderoso vecino del sur. Si bien es cierto que el propio concepto de Reconquista responde a premisas políticas posteriores, no lo es menos que las primeras crónicas del ciclo asturiano buscan una legitimación de la dinastía partiendo de una supuesta descendencia de alguno de los más insignes monarcas toledanos anteriores a la invasión como Leovigildo y Recaredo, en el caso de Alfonso I, tratando, quizás, de establecer las tímidas bases de un intento de reconstrucción de ciertos modelos sociopolíticos anteriores a Guadalete. Sin embargo, y a pesar de la remarcable expansión de este primitivo núcleo en tiempos de Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo, que alcanza las tierras al sur de la Cordillera Cantábrica, debemos esperar hasta la entronización de Alfonso II (791-842) para asistir al primer intento real de restauración del Ordo Gótico.
El verdadero fundador del neonato reino fue Alfonso I, sucesor de Pelayo a la muerte de Favila –vid. árbol genealógico de los reyes de Asturias- quien, aprovechando las luchas intestinas en el territorio de al-Andalus entre árabes y bereberes cruza la Cordillera, auténtica frontera natural de Asturias y, mediante una serie sistemática de ataques y depredaciones en las tierras entre las montañas y el Duero, consigue no sólo fortalecer demográficamente su estado sino en esencia privar a los musulmanes de los principales núcleos de abastecimiento y control territorial al norte del Duero pues los objetivos bélicos del monarca cristiano se centran en las ciudades como Lugo, Porto, Astorga, León, Zamora, Amaya, Saldaña o Clunia, entre otras, cabeceras todas ellas de circunscripciones a menudo herederas del sistema político anterior y, por consiguiente, rectoras del territorio circundante. Estas campañas selectivas contribuyeron a desarticular administrativamente el territorio al norte del gran río y, por extensión, a entorpecer la previsible respuesta militar ismaelita, que perdía sus centros de abastecimiento, garantizando, por tanto, la hasta entonces endeble seguridad del reino astur, lo que permite al soberano reordenar el primitivo solar cristiano entre la cordillera y el mar: la Galicia costera, Asturias y la parte montañosa norteña del antiguo ducado cántabro: Liébana y Vardulia, es decir las tierras fronteras con Vasconia, de donde surgirá mas adelante al-Qilá, es decir, Castilla.
A su muerte (757) y hasta la entronización definitiva de su nieto Alfonso II, el Reino de Asturias se verá sacudido por luchas dinásticas, conflictos internos como la rebelión de los siervos, problemas en el limes vascón, y, por supuesto, las razzias cordobesas contra Alava, Vardulia y el Bierzo, entrada natural a Galicia, donde las tropas astures sufren junto al río Burbia una estrepitosa derrota en el 791 que facilitará la cesión definitiva del poder real a Alfonso II.
La Batalla de Covadonga.
El gobernador musulmán Munuza reside en Gijón. Pelayo, según las crónicas, es hijo del dux Fáfila. Al producirse la invasión musulmana se refugia en Asturias junto con su hermana. El gobernador de Asturias quiere casarse con la hermana de Pelayo y envía a este a Córdoba como rehén.
Pelayo escapa de Córdoba en el año 717 e incita a los ástures a rebelarse contra Córdoba. Estos le nombran jefe y se refugian en el monte Auseva.
A la luz de estos hechos se puede hacer la siguiente interpretación: Pelayo es el hijo del dux de Asturia y posee propiedades en la Asturia Transmontana. El Gobernador musulmán de Asturia, para reafirmar su poder, pretende casarse con la hija del dux de Asturia, hermana de Pelayo. Este escapa y organiza una revuelta contra los musulmanes. Esta búsqueda de continuidad y legitimidad se confirma con el matrimonio de la hija de Pelayo con Alfonso I, hijo del dux de Cantabria.
En el año 722 el emir envía al Norte un ejercito y el 28 de mayo de este año se produce la batalla de Covadonga. Las tropas de Pelayo rompen en dos el ejercito musulmán: la vanguardia huye a través de los Picos de Europa y son sepultados por un desprendimiento de rocas en Liébana; la retaguardia se retira a Cangas de Onís, alcanzan Gijón y se produce la retirada árabe de Asturias. El ejercito musulmán es derrotado cerca del Puerto de la Mesa.
Nace así el reino de los ástures, el Astororum Regnum, en los Picos de Europa. La tradición cuenta que Pelayo fue coronado en la Corona, en el valle de Valdeón, alzado sobre un escudo. La primera capital será Cangas de Onís.
Según la Crónica de Alfonso III:
"...Pelayo, habiendo conseguido escapar a los musulmanes y refugiándose en Asturias, es elegido rey por una asamblea, y organiza la resistencia de los asturianos en el monte Auseva, en la "cova dominica" (Covadonga). Contra él marcha un ejército innumerable, mandado por Alcama, compañero de Terec, y con el que va también Opas, hijo de Witiza y metropolitano de Toledo o Sevilla, quien mantiene con Pelayo un dramático diálogo. Fracasada la mediación intentada por Opas, comienza la batalla; pero la flechas y las piedras lanzadas por las hondas se vuelven para herir a los atacantes, que acaban por huir quedando Alcama muerto y prisionero Opas. Al bajar los fugitivos el monte Auseva, para alcanzar Liébana, un monte se desplomó sobre ellos, muriendo 63.000 caldeos..."
Las crónicas árabes no hablan de ningún encuentro bélico, aunque sí reconocen la existencia de Pelayo, refugiado en los montes con un grupo de gentes que se alimentaban de la miel que elaboraban las abejas en la hendiduras de las peñas:
"...Dice Isa ben Ahmad al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de sus país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por la abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿que daño pueden hacernos?»." (Al-Maqqari Nafh al-tib)...
Fávila, hijo de Pelayo (tiene el mismo nombre que su abuelo, el dux de Asturia) muere por el ataque de un oso. La hija de Pelayo se casa con Alfonso, hijo Pedro, dux de Cantabria. Al convertirse en Alfonso I (739-757) incorpora todo el norte peninsular al Astororum Regnum. En el año 740 lo bereberes de España se subleban contra los árabes y abandonan Galicia, facilitando la expansión del incipiente reino. Reconquista Tuy, Braga, Viseo, Chaves, León, Mabe, Amaya, Zamora, Salamanca, etc. aunque no las retiene, sino que se lleva al norte sus poblaciones cristianas. Sin embargo este hecho no justifica el despoblamiento del Duero. Incopora Galicia y Vasconia al reino, aunque bajo Fruela I (757-768), hermano de Alfonso I se producen rebeliones de galaicos y vascones. Este se casará con una cautiva vascona, Munia, que dará como fruto al futuro Alfonso II. Se produce un flujo de mozárabes al Norte, que colaboran en las tareas repobladoras. A Fruela le sucede su hijo Aurelio (768-774) y a este Silo (774-783) que traslada la capital a Pravia. Silo consigue incorporar definitivamente la Galicia nor-oriental al reino. Se cree que este rey es un gran propietario de esta zona. Más tarde, con Alfonso II se producirá la integración pacífica del resto de Galicia al reino. Como consecuencia de esta incorporación, Galicia quedará libre de razzias musulmanas y la aristocracia gallega se convertirá en uno de los ejes vertebradotes de la vida social y política del reino, al mismo tiempo que se produce el alejamiento de la zona oriental, con un menor grado de control que facilitaría la independencia del Condado de Castilla. A Silo le sucede Mauregato (783-788), hijo de Alfonso I y es sucedido por Bermudo I (788-791) hijo de Fruela y hermano de Aurelio. Bermudo I, después de ser derrotado en la confluencia de los ríos Turbia y Valcarce, abdica en Alfonso II (791-842).
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