Historia de León

30.7.05

1.3.- La Conquista Romana del Norte de Hispania


Los vascones establecieron con los romanos desde época temprana una alianza que benefició a ambas partes. Por una parte Roma controlaba desde territorio vascón a otros pueblos del Pirineo oriental y central, mientras que los vascones pudieron ensanchar su territorio a costa del jacetano en el siglo I a.C.

El primer contacto con los galaicos se produce en el 139 a.C. al ser combatidos por Quinto Servilio Cepión, y entre 138 y 136 a. C. por Décimo Junio Bruto (apodado por ello "El Galaico"). En los años 96 a 94 a.C., Publio Licinio Craso realiza una expedición a las Islas Casitérides, mientras que Perpenna se apodera de Cales (Oporto)en el 74 a.C., la ciudad que dio nombre a los galaicos (calaicos). El último acontecimiento conocido es el ataque realizado por Julio César contra Brigantium (posiblemente La Coruña) en el 61 a.C. La fundación de Lucus Augusta (Lugo) se produce entre los años 26 a 24 a.C en el contexto de las Guerras Cántabras, pudiendo haber sido asiento de la Legio VI Victrix.

Várdulos, caristios y autrigones pudieron haber participado en las Guerras Cántabras, desarrolladas entre los años 26 al 19 a.C., en las que ástures y cántabros oponen feroz resistencia a la inevitable conquista romana. Previamente, en el 29 a.C. Estatilio Tauro había llevado a cabo una campaña contra vacceos, ástures y cántabros en la que éstos son derrotados.
En las Guerras Cántabras participaron las legiones I Augusta, II Augusta, IV Macedonica, IX Hispana, XX Valeria Victrix, contra los cántabros, y las V Alaudae, VI Victrix y X Gemina contra los ástures, aunque todas ellas abandonaran la península a lo largo del siglo I.

En el 26 a.C, el propio emperador Augusto asume el mando del ejército, instala su centro de operaciones en Segisama (Sasamón, en la provincia de Burgos) y se lanza contra los cántabros en tres columnas con ayuda de tropas desembarcadas en la costa cántabra procedentes de Aquitania, atacando Vellica (o Bergida), el Monte Vindio, Aracellium y el Monte Medulio (todas ellas de ubicación controvertida pero muy probablemente cántabra). Los ástures emprenden un ataque organizado contra los campamentos romanos en tres columnas, maniobra a la que se anticipan los invasores como consecuencia de la traición de los brigaecinos. Los ástures son derrotados y ofrecen la resistencia final en Lancia (Villasabariego, León).

En el 24 a.C. ástures y cántabros engañan a los romanos, ofreciéndoles cereales y asesinándolos cuando estaban desprevenidos. Lucio Emilio, Legado de la Citerior, los derrota, destruye sus poblados, ejecuta o corta las manos de los guerreros, esclaviza a los prisioneros y obliga al resto de la población a bajar al llano.

En el 22 a.C. se produce una nueva rebelión de ástures y cántabros que es sofocada por Cayo Furrio.
En el 19 a.C., esclavos cántabros asesinan a sus amos, llegan a Cantabria y se sublevan, aunque son derrotados por Marco Vispanio Agripa. Todos lo varones capaces de combatir fueron asesinados. La última sublevación cántabra se produciría en el 16 a.C.
A pesar de la marcha de las legiones que intervinieron en la guerra, una nueva unidad militar, la Legio VII, denominada después Gemina, se asienta en el solar de lo que hoy es la ciudad de León en el 74 d.C, convirtiéndose en el centro de control militar romano de toda la península y norte de África hasta finales del Imperio. Esta larga permanencia de tropas romanas en territorio ástur parece que se debe a la importancia de sus explotaciones auríferas, aunque no se puede descartar la existencia de posibles rebeliones de los pueblos del norte de las que no tenemos constancia documental.

Así describe la guerra Dión Casio (siglo I a.C.) en su Historia Romana.
[Guerra del año 25 a.C.] El proyecto de Augusto de marchar contra la Bretaña, puesto que no quería aceptar sus condiciones, fue impedido por la sublevación de los salasos y la guerra de los cántabros y los astures. Habitan aquellos, según he dicho, bajo los Alpes, los dos últimos, la parte más escabrosa del Pirineo, mirando a España, y la llanura que hay a su falda. Por estas causas Augusto (que ejercía ya su noveno consulado con Marco Silano) envió contra los salasos a Terencio Varrón. Por su parte, Augusto combatió contra los astures y los cántabros; pero como éstos ni se le acercaban, resguardándose siempre en sus picachos, ni se ponían a su alcance, a causa de su inferioridad numérica y también por usar la mayoría de ellos armas arrojadizas, causándole además muchas molestias si alguna vez se ponía en su camino, ocupando los lugares favorables y emboscándose en las hondonadas y en las selvas, se encontró en un embarazo extremo. La fatiga y las preocupaciones le hicieron enfermar, y tuvo que retirarse a Tarragona para reponerse. Cayo Antistio continuó la lucha y la llevó a un término completo, no porque fuese mejor general que Augusto, sino porque despreciándole los bárbaros, salieron al encuentro de los romanos y fueron derrotados. Así éste tomó algunas ciudades, y después Tito Carisio conquistó la ciudad de Lancia, que había sido abandonada, y sometió muchas otras.
Terminada esta guerra, Augusto licenció a los más veteranos de sus soldados y les concedió que fundasen una ciudad en Lusitania, llamada Emérita Augusta; para los soldados que estaban todavía en edad de servir hizo celebrar unas fiestas en el mismo campamento, ejerciendo Marcelo y Tito las funciones de ediles.
[Augusto] irritóse tanto al principio contra un tal Corocotta, bandolero hispano muy poderoso, que hizo pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios a quien lo apresase; pero más tarde, como se le presentase espontáneamente, no sólo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella suma.
[Guerra del año 24 a.C.] Estas cosas sucedieron entonces en la ciudad dignas de memoria. En cuanto a los cántabros y astures, tan pronto como Augusto salió de España dejando como legado a Lucio Emilio, se sublevaron, y antes de que la noticia llegase a él, enviaron a decir a Lucio Emilio que pensaban regalarle trigo y otras cosas para su ejército; a los soldados que vinieron para hacerse cargo de lo prometido, los condujeron a un lugar apropiado y los asesinaron. Pero no duró mucho tiempo su gozo. Saquearon sus campos, incendiaron algunas de sus ciudades, y sobre todo, cortadas las manos a los capturados, rápidamente fueron dominados.
[Guerra del año 22 a.C.] Mientras estas cosas sucedían en Roma, por este mismo tiempo los cántabros y los ástures se lanzaron de nuevo a la guerra; éstos, por el orgullo y la crueldad de Carisio; los cántabros , porque supieron que los astures se rebelaban y porque despreciaban a su gobernador Cayo Furnio, por ser recién llegado y juzgado inexperto en sus asuntos. Pero no se demostró tal en los hechos, sino que derrotados por él ambos pueblos (puesto que socorrió también a Carisio, gobernador de los astures), fueron reducidos a la esclavitud. De los cántabros no se cogieron muchos prisioneros; pues cuando desesperaron de su libertad no quisieron soportar más la vida, sino que incendiaron antes sus murallas, unos se degollaron, otros quisieron perecer en las mismas llamas, otros ingirieron un veneno de común acuerdo, de modo que la mayor y más belicosa parte de ellos pereció. Los astures, tan pronto como fueron rechazados de un lugar que asediaban y vencidos después en batalla, no resistieron más y se sometieron en seguida.
[Guerra del año 19 a.C.] Esto hizo Augusto; uno de los ediles dimitió voluntariamente de su cargo alegando pobreza. Agripa, enviado a Roma desde Sicilia, tan pronto hubo solucionado las cosas más urgentes, recibió el mando de las Galias; pues se hacían guerra entre sí y los celtas les causaban muchos daños. Una vez compuestas las cosas aquí también, se trasladó a Hispania. Pues los cántabros hechos prisioneros en la guerra y vendidos como esclavos, asesinaron a sus dueños y se fueron a sus casas convenciendo a muchos, tomaron y fortificaron unas posiciones y se prepararon a asaltar las guarniciones romanas. Al marchar Agripa contra ellos, tuvo también algo que hacer con sus propios soldados. Pues muchos de ellos, envejecidos ya y agotados por la duración de la guerra, tenían a los cántabros como gente invencible, y no obedecían a su general. A éstos pudo reducirlos rápidamente a la disciplina con advertencias, exhortaciones y promesas pero contra los cántabros sufrió bastantes contratiempos. Pues su esclavitud con los romanos les había dado experiencia y sabían que de ser cogidos, ni tan sólo salvarían la vida. Por fin, después de perder a muchos soldados y de castigar también a muchos (entre otros, a la legión llamada Augusta le prohibió usar más este nombre), exterminó a todos los enemigos de edad militar, y a los restantes les quitó las armas y les obligó a bajar de los montes a la llanura. Sobre estas cosas ni dio cuenta al Senado ni aceptó el triunfo, a pesar de habérsele concedido por orden de Augusto, sino que se portó con su habitual moderación, y pidiéndole el cónsul su opinión sobre su hermano, no se la dio.

Así describe la guerra Floro (siglo II d.C.) en su Epitoma de la Historia de Roma
Guerra cantábrica y astúrica. En occidente se había pacificado casi toda la Hispania, fuera de la parte pegada a la falda del Pirineo y bañada por la parte de acá del Océano. Vivían allí, independientes de nuestro imperio, dos pueblos muy poderosos, los cántabros y los ástures. El espíritu belicoso de los cántabros fue el primero en manifestarse, el más encarnizado y pertinaz, y no contentos con defender su libertad, intentaban también extender su dominio sobre los pueblos vecinos, molestando con frecuentes incursiones a los vácceos, turmogos y autrigones. Así, pues, como llegó la noticia de que se redoblaba su actividad, emprendió César la campaña por sí mismo, en lugar de confiarla a otros. César en persona vino a Sesamón y estableció el campamento; de allí, abrazando toda la Cantabria con un ejército dividido en tres columnas, perseguía a aquella gente salvaje como se acosa a las fieras en un ojeo. Ni el Océano estaba quieto, sino que las espaldas de los enemigos eran batidas por la escuadra adversa. Se luchó por primera vez contra los cántabros bajo las murallas de Vellica. De aquí huyeron en seguida hacia un monte elevadísimo, el Vindio, donde creían que primero antes subirían las olas del Océano que las armas romanas. En tercer lugar, ataca con grandes fuerzas la ciudad de Aracelio. Tomada ésta, tuvo lugar por último el asedio del monte Medulo, que fué rodeado por un foso continuo de quince millas; avanzaron los romanos por todas partes a un mismo tiempo, y aquellos bárbaros, al ver llegado el fin de su resistencia, a porfía se dan la muerte con el fuego y con el hierro, en medio de una comida, con un veneno que allí se extrae comúnmente del tejo, librándose así la mayor parte de la esclavitud que a una gente hasta entonces indómita parecía más intorelable que la muerte. Recibió estas noticias César por sus legados Antistio y Furrio, y Agripa, mientras él invernaba en la costa de Tarragona. Después, presentándose él mismo, hizo bajar a unos de los montes, obligó a otros con rehenes, a otros los vendió en subasta según el derecho de guerra.
Estas cosas parecieron al Senado dignas del laurel y del carro triunfal, pero tan grande era ya César, que despreció encumbrarse más con un triunfo. Los astures por este tiempo descendieron con un gran ejército de sus nevadas montañas. Y no era a ciegas que aquellos bárbaros emprendían este ataque, sino que poniendo su campamento junto al río Esla, dividiendo el ejército en tres columnas, se preparan para atacar a un mismo tiempo los tres campamentos romanos. Y hubiera habido una lucha dudosa y cruenta, y plugo a Dios que con pérdidas iguales para los dos bandos, viniendo con tantas fuerzas, tan súbitamente y con un plan tan estudiado, de no ser por la traición de los brigecinos, quienes avisaron a Carisio y éste acudió con su ejército. Considerose una victoria haber desbaratado estos planes, aunque así y todo no fue un lucha incruenta. La poderosa ciudad de Lancia acogió los restos del ejército en derrota, y luchose en ella tan encarnizadamente, que cuando tomada la ciudad los soldados reclamaban que se le pegase fuego, a duras penas pudo conseguir el general se la perdonase, para que, quedando en pie, fuese mejor monumento de la victoria romana que incendiada. Este fué para Augusto el fin de sus trabajos bélicos, y también el final de las rebeliones de España. Conservándose fieles en lo sucesivo y gozaron de una eterna paz, gracias no sólo a su talento dispuesto para las artes pacíficas, sino también por la previsión de César, quien recelando del amparo ofrecido por los montes en los que se refugiaban, les ordenó habitar y establecerse en los campamentos situados en la llanura. Allí había el consejo del pueblo, y aquel poblado recibía los honores de capital. Favorecía esta decisión la naturaleza de la región circundante, rica en oro, malaquita, minio y abundante en otros productos. En consecuencia, ordenó que se explotase el suelo. Así los astures, esforzándose en excavar la tierra para el proyecto de otros, empezaron a conocer sus recursos y riquezas.

Así describe la guerra Orosio (390-418 d.C.) en su Historia de la Guerra contra los Paganos
En el año 726 de las fundación de la ciudad [Roma], siendo cónsules el emperador Augusto por sexta vez y Marco Agripa por segunda vez, entendiendo que a poca cosa se reduciría lo hecho en Hispania durantes doscientos años si permitía que los cántabros y los astures, los dos pueblos más fuertes de Hispania, se portasen a su albedrío, abrió las puertas del templo de Jano y salió en persona hacía Hispania con un ejército. Los cántabros y los astures forman una parte de la provincia de Gallaecia, por donde la prolongación de la cordillera pirenaica se extiende hacia el Norte, no lejos del Océano.
Estos no solo estaban decididos a defender su propia libertad, sino también se atrevían a atentar contra la de los vecinos, y en frecuentes incursiones saqueaban a los vácceos, turmogos y aurigotes. Así, pues, César puso un campo junto a Segisama, y con tres columnas de tropas abarcó casi toda la Cantabria. Agotado el ejército por una lucha larga y a menudo peligrosa, ordenó finalmente que desde el golfo de Aquitania y a través del Océano se acercase la escuadra, y cogiendo a los enemigos de improviso, desembarcase tropas. Entonces, por fin, los cántabros se reunieron bajo las murallas de Atica para una gran batalla, y, vencidos, se refugiaron en el monte Vinio, inexpugnable por naturaleza, donde asediados por el hambre perecieron casi hasta el último. Tomóse después, y se arrasó, la ciudad de Racilio, que resistió con gran empeño y por mucho tiempo. Además, las partes ulteriores de Gallaecia, que llenas de montañas y pobladas de selvas limitaban con el Océano, fueron sometidas después de grandes y penosas guerras. Pues llegaron a cercar el monte Medulio, sobre el río Miño, en el que se defendía una gran multitud de hombres, rodeándole un foso en una extensión de quince millas. Y así cuando aquella gente de natural cruel y feroz comprendió que ni era suficiente para aguantar el asedio ni capaz de emprender una batalla, corrió a una muerte voluntaria por temor a la esclavitud. Pues casi todos a porfía se mataron con el fuego, el hierro o el veneno.
Pero los ástures poniendo su campo junto al río Esla, hubieran aplastado a los romanos con sus proyectos y sus fuerzas, si no hubiesen sido traicionados y prevenidos. Mientras se preparaban para caer de repente sobre tres legados que con sus legiones estaban repartidos en tres campamentos, atacándolos con tres columnas de igual fuerza, fueron descubiertos por una traición. Atacándolos después Carisio, los venció en batalla, con no pocas pérdidas para los romanos. Parte de ellos se escapó y refugió en Lancia, y como los soldados rodeando la ciudad se preparasen a incendiarla, Carisio obtuvo de los suyos que desistiesen del incendio, y obligó a los bárbaros a que voluntariamente se entregasen. Pues se esforzaba con gran empeño en dejar una ciudad íntegra e incólume como testimonio de su victoria.
Concedió César este honor a la victoria sobre los cántabros: ordenar que se cerrasen entonces también las puertas del templo de la guerra. Y así, la segunda vez por César y la cuarta desde la fundación de la ciudad, se cerró el templo de Jano.